jueves, 15 de octubre de 2015

GUERRA EN EL OLIMPO FEMINISTA

Leo desde aquí, De nuevo. Os leo desde aquí, mientras me vais leyendo, Ha sido un verano intenso. Un verano grande como un helado grande. Un verano lleno, cargado de buenas noticias. Y he vuelto a asomarme aquí, con el frío, las nieblas y los estractores atacascados de las cafeterías periféricas. 
Hace tiempo que no creo en los mitos. Los gurús de cualquier cosa se me figuran tótems hieráticos incapaces de mantener el equilibrio más allá del tiralíneas con el que está concebida su figura, pero el logos tampoco me parece de fiar. Los mitos, como los tótems, funcionan un tiempo. Porque son gloriosos y propagandísticos, porque respiran todo el aire importante que debe de oxigerar el cielo allá arriba, más allá de nuestras cabezas; allá arriba, más allá de la horizontal en la que nos movemos, sintagmáticos, los flexibles, los doblegados, los sintagmáticos, los de cintura quebrada en escorzo permanente. Luchar contra la jerarquía es una quimera. Peor aún, es una aporía. Pues ¿qué lucha os viene que no sea jerárquica?. ¿Qué clase de lucha no es, a fin de cuentas, una suerte de pirámide belicosa?

Hace apenas unos días, la feminista Beatriz Gimeno escribía en su facebook un texto en el que se tachaba de "anacronismo" toda crítica al proceso de colonización/devastación del continente americano, argumentado que entonces, la colonización "no podía hacerse de otra manera". Cito textualmente:

"Ni por asomo se me ocurriría celebrar ninguna fiesta patria porque todo ese asunto me la trae al pairo. Pero también creo que tratar de colonialismo o genocidio, en el siglo XVI, la gesta (no en el buen sentido) americana es un anacronismo. No es que estuviera bien, es que, seguramente, no había otra manera de hacerlo. Dos siglos después ya era otra cosa. Y en el XX, definitivamente, otra. Mi opinión es que no deberíamos aplicar tan ligeramente conceptos de ahora a un mundo que era otro. Para colonialismo, el de ahora; el de Telefónica. (Y sí, ya sé que voy a ser muy criticada) Pero repito: es un anacronismo".

No me sorprende que una mujer que entiende el feminismo y los activismos queer de manera estanca, que está alejada de las intersubjetividades de los principales agentes que intervienen en los contextos relacionados con el género y la sexualidad (su postura abolicionista respecto a la prostitución es bien conocida, así como su oposición frontal a la lactancia materna, sin ser ella nada de eso) haga estas afirmaciones. No me sorprende que una líder, una tótem feminista diga cosas semejantes. Era del todo esperable, de alguien que no entiende que la lucha  feminista es, en verdad, una lucha animalista, pues al feminismo lo a(trans)viesa todo ser despojado de privilegio y de respeto, incluidos, por tanto, los animales (conocida es su postura abiertamente protaurina).

Tampoco me sorprende que los mentideros feministas ardan. Que si esto, que si lo otro. Y menos aún, que otro totem del feminismo, otra figura que juega en la línea paradigmática, de la de abajo arriba, pierda un minuto en arremeter contra el tótem primero, no sin razón, claro, pero ya se sabe que de tótem a tótem, taconazo. El segundo tótem, para argumentar contra el primero, juega sus cartas en una curiosa liga, que consiste en que es más mejor feminista, quien menos privilegios detenta, constituyéndose aquí, una suerte de curiosa paradoja, que unge, dentro del feminismo, a quien menos ungida está en el mundo de verdad, verdadero, el del patriarcado, y el mal, y el capital, y tal. Itziar Ziga, figura referente del (trans)feminismo patrio, poder y privilegio que, le guste o no -sospecho que sí- detenta, arremete, como digo,contra Tótem 1, argumentando así. Cito textualmente:

"las feministas negras, moras, indígenas, gitanas o abertzales hemos sido señaladas a menudo y encubiertamente como traidoras a nuestro género por aquellas que pretenden que traicionemos a nuestro pueblo. No es casual que el feminismo que insiste en que nos unamos todas sólo contra la opresión de género venga de mujeres blancas que no proceden de un pueblo perseguido ni colonizado".

Comparar la presión a la que tradicionalmente han estado expuestos los colectivos feministas negros, moros, indígenas o gitanos con los"abertzales", me ha dejado el culo girado, pero que ése colectivo, "abertzale", no sea considerado "blanco", ya me ha dejado loquer del todo. 

El giro argumental de Tótem 2 contra Tótem 1, podría quedarse en eso, en una pirueta trasfeministómetra, a ver quién tiene más "caquita" encima y por tanto más potestad para hablar y, sobretodo, para estar en lo cierto, (el a ver quién la tiene más grande de toda la vida) si no fuese porque, hace unas semanas, Tótem 2 desautorizaba como "feministas" a quienes habían considerado que el grupo de música Penetrazión Sorpresa era un grupo de clara filiación misógina, que alentaba en sus letras y en su propio nombre, a la violación y más vejaciones. Algo que para ti, para mí y para mi abuela, que no somos tótems ni nada, que somos gente a duras penas, resulta más que obvio, pero para Tótem 2, no. Para Tótem 2, las feministas que los boicotearon son unas locas del coño agresivas que atacaron sin piedad a los pobres muchachos cantarines. Dicho con otras palabras, y desde un altavoz como Gara (no desde los blogs y los tuiters y los feisbuks que usamos los mortales de la horizontal, sino desde los atriles de los periódicos con línea editorial), pero dicho, al fin y al cabo. Y si no lo creéis, pues lo leéis aquí, que a mí me da toda la pereza. 
Hace unos cuantos días, otro incendio feminista-dialéctico incendiaba tuiter. Alguien tuiteaba algo a cerca de cómo los cuerpos trans eran invisibilizados sistemáticamente en las manis feministas, a través de, por ejemplo, metáforas como la hipervisibilización del coño, hasta convertirlo casi, como la misma polla, en algo "totémico". Y otro Pornotótem entraba en el debate (bien, debate por fin), pero flameando un poco al estilo de los dioses. 

Se puede discutir y tal, estar de acuerdo o no, pero me temo que ese momento ha llegado. 

Ciertos coños-tótem gobiernan el mundo del feminismo, desde unas esferas olímpicas inimaginables para nosotrxs, lxs simples mortales de la horizontal, lxs beacrixs del feminismo. Os dije que era una aporía. Lo de lucha y feminista. Aporía. Lo de acabar con las jerarquías a través de las gurús, las profetas. A-po-rí-a.
El resto de Tótems, calla. Pueden o no estar de acuerdo, pero ya saben cómo son los pactos entre caballeros. Hoy por ti, Zeus, mañana por mí, Cronos. 

Y no me parece feo el debate, de hecho, ojalá el debate; lo que me parece impropio es la ostentación de la supremacía desde el feminismo, que es justo lo contrario a eso. Lo que me parece del todo inoportuno es usar el feminismo como algo que puede ser arrojado a la cara. Hacerlo desde la superioridad moral de quien se cree más lista y más culta, o desde la superioridad moral de quien se cree más despojada de privilegio y más fuerte, no creo que difiera demasiado. 

Una vez, Tótem 2, dijo que lo que no debe volver a ser nunca el feminismo es la excusa para que unas mujeres manden callar a otras. Yo creo que Tótem 2 llevaba razón cuando dijo eso. Pero yo ya no creo en los tótems. Porque respiran allá arriba aire endemoniado y porque con los tótems me pasa últimamente, lo mismo que a Loriga con la memoria: que les tiras un palo, y te traen cualquier cosa.  Por eso les pediría que bajaran a la tierra media. Que fingieran ser humanas y pisaran un poco la horizontal. Que crecieran como humanas no totémicas, como las feministas que son, no como las profetas que representan, y que recuperaran discursos que aún están por venir, debates por proponer. Que se equivocaran, faltaría más, pero que reconocieran su derecho al error, y a la rectificación. Que se pensaran, que se re-pensaran. Que crecieran hacia abajo y se recordaran de hoy en adelante, pues pobre es la memoria que sólo funciona hacia atrás. 




miércoles, 17 de junio de 2015

El orgullo es monstruo, El orgullo es nuestro

Cedo este espacio de confort que es mi blog, al colectivo transfeminista Transfeminalia, para  hacer públicos los motivos que le han llevado a desligarse de la organización "oficial" del Orgullo de CyL 2015 y organizar junto con la Plataforma de Apoyo al Colectivo LGTB+ de Valladolid, lo que han venido a llamar "EL ORGULLO es MONSTRUO/NUESTRO".



LOS PORQUÉS DEL ORGULLO MONSTRUO

Supongo que hay textos más difíciles que otros.
Somos un colectivo Transfeminista de Palencia. No somos democráticxs porque en el colectivo no hay hombres cis y esto ha sido una decisión voluntari
a. No somos democráticxs porque la democracia es la tiranía de la mayoría sobre unxs pocxs y nosotrxs venimos de ser siempre esxs pocxs. No puede haber democracia si los espacios no se ocupan desde las posibles diversidades. No puede haber democracia si hay cuerpo más expuestos a abusos que otros, por eso no somos democráticxs.
Somos Transfeminalia el espacio para los cuerpos que transitamos. Transfeminalia surge, nace, se hace, se forja dentro de un espacio de confort, un espacio de protección que no tuvimos en el colectivo Chiguitxs lgtb+. Nos hicimos con los restos de lo que quedo cuando nos dijeron que nos fuéramos porque éramos molestxs cuando algunxs éramos cofundadorxs. Pero para llegar a eso hace falta que nos remontemos. Nos enfrentamos al colectivo que se encargaba de defender nuestros derechos a ser diferentes, nuestro derecho a defender diversidades afectivo-sexuales y de género.
Cuando se formó el grupo de Chiguitxs, el nombre le propuso un compañero que está ahora en nuestras filas. Nos quitaron el nombre y sabemos que sin nombre no nos podemos nombrar y nombrar quiere decir hacer el verbo con un cuerpo.
Tuvimos problemas desde el principio. Se aludió a que el nombre podía hacer referencia a un grupo de pedófilos y que qué era eso de la “X”. Y eso hubo que explicárselo a muchxs, incuido a quien ahora es la cabeza visible de dicho colectivo. 

Después de los problemas que se plantearon con el uso de la X y, por tanto, con las identidades disidentes no binarias, los cuerpos vulnerables dentro de sistemas patriarcales ganamos el pulso. Esos cuerpos éramos y somos bolleras, trans* (ftm) y mujeres. Nos fuimos contentes a casa pero sabiendo que seguramente vendrían más puesto que las diferencias radicaban en la concepción de deseo, identidades…

Después algunxs participantes del colectivo hicieron de la lucha por atender a las diversidades una lucha instrumentalizada y sobre todo una lucha institucionalizada. Y cualquier lucha institucionalizada no es una lucha para cuerpos diversos, puesto que los espacios donde estás se llevan a cabo son espacios masculinizados al más puro estilo cishet. Había en algunos participantes del grupo una necesidad constante de estar en prensa, a modo de notas de prensa, otres de las participantes estábamos diciendo que era necesario estar dentro, que no se puede hacer lucha fuera si dentro no se habla, no se crea debate puesto que veíamos posiciones lesbofóbicas, machistas y transfóbicas (y ver esto dentro de un colectivo elegetebéplus es muy fuerte). Estas posiciones venían siempre a modo de risa y de humor, o simplemente de invisibilización. Comentarios como “esta sociedad es matriarcal, porque sois las mujeres las que mandáis”, “la lucha lgtb tiene que ser apolítica” (no deja de ser curioso que en la actualidad se reúnan con partidos políticos o sindicatos), “no debemos apoyar otras luchas que no sean las propias del colectivo” (en alusión al conflicto Palestino-Israelí), o poner en duda la diversidad de identidades trans y remitirse a ellas con el consabido –y claramente dañino- “el cuerpo equivocado”. Sólo son algunas de las cosas que se ve no debían de ser resueltas, que a pesar de los intentos por resolverse, eran silenciadas y ninguneadas y otra vez, y lo que ocurre siempre es que lo no resuelto es una bomba de relojería a los pies de la cama.  La bomba de relojería estalló en UNA conversación de wasap que conservamos íntegra, y que cualquiera que desee, puede consultar, y que empieza porque un ex miembro de Chiguitxs LGBT+ -hoy miembro de Transfeminalia-, bloqueó desde el twiter de Chiguitxs a un usuario desconocido que estaba escribiendo tuits ofensivos, claramente homofóbicos y machistas, en los que se burlaba del colectivo y del lenguaje inclusivo. Nuestro compañero bloqueó la cuenta y lo comunicó en el grupo de wasap que compartíamos lxs miembros de Chiguitxs, con la intención, simplemente, de informar sobre el reporte, de lo que un miembro hoy aún activo de Chiguitxs, se burló con un “pues a mí no me parece para tanto, o tanta, o tantx”, añadiendo el consabido “sois unas exageradas”. A partir de ahí, una compañera trató de explicar –con clara vocación educativa- que el lenguaje es un arma importante, y que los discursos del odio se generan precisamente así (puso como ejemplo el discurso del odio utilizado por la Alemania nazi). Compañera que, también, fue ridiculizada. A partir de aquí, otra compañera que acababa de vivir una historia afectiva complicada en Rumanía, precisamente, por la opresión social construida en base a las palabras, expuso también desde el respeto y la primera persona su vivencia personal, mostrándose vulnerable, a lo que este miembro de Chiguitxs respondió con un “eso será tu opinión”, reduciendo así a una mera opinión la vivencia opresiva por la que una compañera acababa de pasar, infringiéndola así más daño aún, y dejándola en una situación total de, podríamos decir, intemperie afectiva.

Algunas mujeres, bolleras y trans*, alertamos de que la situación estaba siendo alarmante, y de que esto había que atajarlo; a lo que se nos hizo el caso de “bueno ya veremos” o el “habrá que limar asperezas”. Y demás cosas que lo que ponen de manifiesto es la intención del no diálogo, del “ahora eso no es importante” y de intentar hacer de menos los abusos y la lesbofobia y transfobia y machismo galopante que habíamos sufrido. Porque el discurso subyacente era el mismo que lleva recibiendo el feminismo desde tiempos inmemoriales, “ahora no es importante”, “sois unxs exageradxs”, “tenéis que comprender que…”.
Se fue a la reunión y desde la reunión se acusó a las personas que nos habíamos sentido violentadas de que nuestros agravios eran, simplemente “cosas personales”, de tomárnoslo todo como “algo personal”. Con esto, por si alguien no lo entiende, lo que se hizo fue descalificar el discurso, un discurso que se sustenta desde unas bases jerárquicas y opresoras a una  mera experiencia subjetiva deslegitimando de este modo el abuso o la fobia ejercida desde cuerpos de hombres blancos que se denominan osos  sobre cuerpos de mujeres, bolleras y trans* blancxs.  Cuando en la reunión, hicimos saber que nos habíamos sentido claramente vulneradxs, violentadxs y dolidxs por todas esas actitudes y comentarios machistas, y de burla hacia el lenguaje inclusivo y las identidades no binarias, y que no estábamos dispuestxs a seguir soportando ese tipo de cuestiones, la respuesta de quien hoy es cabeza visible del colectivo Chiguitxs fue la de, con un lenguaje corporal con una energía claramente agresiva –dada su envergadura, su cuerpo, y su modo de ocupar el espacio-, espetar un grito con un “no voy a consentir que se hable así a un compañero”. Un arranque de “defensa” que en ningún momento tuvo cuando, de manera continuada, se habló así a las compañeras bolleras y trans*. Como si, por otro lado, él fuese alguien para decidir si consiente o no consiente, como si fuese el emperador del colectivo, el jefe de la tribu o alguna otra figura patriarcal que, enseguida, se posicionó convirtiendo en “agresorxs” a quienes nos habíamos sentido “agredidxs”; infringiéndonos así una especie de “castigo” por haber osado a alterar la calma (la falsa calma, claro), con nuestras quejas. Se insistió en que había que respetar a quien, en ese caso, había resultado ser el agresor, pero ¿acaso él respetó las identidades?, ¿acaso él respetó los conocimientos que con vocación educativa compartía una compañera?, ¿acaso él respetó una situación de una compañera que comentaba sobre su experiencia?

Tras una discusión acalorada –no están acostumbradxs a que cuerpos de mujeres, lesbianas y trans* se empoderen en los espacios sociales-, se nos dijo, literalmente, que “si esto no nos gusta, os vais”, y salimos por la puerta siete personas, quedándose 4.
No conformes con esto, utilizaron ideas y llevaron a cabo acciones que salieron de nosotres, como la del “saldeunpax” y la vendieron como propia. Algo que podemos demostrar porque unas amigas con las que fuimos hace más de dos años de esto a IKEA nos hicieron una foto saliendo de un armario del IKEA, y fue algo como muy familiar y divertido, y desde ahí lo transportamos a una reunión anterior para hacer una performance con ese mismo sentido con el que la hicimos la primera vez…
Eso por no hablar de que no sabían diferencias entre género, deseo sexual, identidad y sospechaban de todo lo que no era “normal”, más el intento constante de buscar la normalización y la burocratización de nuestros cuerpos.

Después se nos ha acusado de ser lxs disidentes –¡cuando nos echaron!-, lxs raritxs y lxs “personales” cuando en la asamblea de Chiguites, en el momento en el que nos fuimos quedaron cuatro personas y nos fuimos siete, perdón echaron a siete (más de la mitad del colectivo, ojo), y una de las personas salió llorando. Nos fuimos a tomar unas cañas y de ahí salió Transfeminalia, de esas cañas y de esos abusos. Y de la necesidad de crear espacios de confort para cuerpos e identidades disidentes. Porque una vez creíamos estar a salvo, pero nos equivocamos. Evidentemente, en Transfeminalia hay nuevo tejido social, nuevos cuerpos que han sentido la necesidad de aliarse en espacios de confort transfeministas, que no pertenecían ni pertenecieron en ningún momento a Chiguitxs lgtb+, por lo que ese trato que nuestro colectivo está y sigue recibiendo por parte de Chiguitxs  (y que a continuación se relata), resulta especialmente injusto y doloroso.
A partir de ahí, hemos trabajado y participado de manera conjunta con la buena gente de la PAC LGTB+ Valladolid, con quien no sólo nos unes las luchas, sino también las estrategias y la vocación “transfeminista” (palabra de la que también se nos “acusó” en Chiguites, como si fuese algo de lo que estar avergonzadx). Por eso, cuando nos propusieron participar en la mesa de organización del orgullo CyL, pensamos que estaría bien sumar voces distintas, distintos enfoques de abordar una misma lucha. Sabíamos que en esa mesa iba a estar, entre otros, el colectivo del que “nos echaron”, pero claramente, pensamos que las personas adultas por muy “desviadas”, que sean, -como es nuestro caso, el de todxs, quiero decir- pueden compartir luchas conjuntas. Pero nuestra sorpresa fue grande cuando Chiguitxs LGTB+ reaccionó de manera claramente negativa (conservamos mails que lo ilustran), y se cerró en redondo a nuestra participación en el orgullo CyL 2015. A esta negativa, se sumó, más diplomática, eso sí, pero negativa igualmente, la postura de la FEcylgtb+, argumentando que teníamos que pasar no sé cuántas cribas para ver si ellOs decidían “darnos permiso” para participar. Evidentemente, Transfeminalia no quiere estar en una mesa en la que le ponen trabas para estar, en una mesa en la que “deben darle permiso” ya desde el principio. No deja de ser alucinante que quienes llaman a la unidad, se apropien de los espacios de confluencia, de las organizaciones y, si me apuras, también de la calle.

Ante esa situación, la PACLGTB+Valladolid y Transfeminalia, decide sumarse también a la celebración del orgullo 2015 CyL, pero desde otro enfoque, y con otra óptica. Si la lucha empieza en algún sitio, es en casa. Si el cambio ha de llegar, llegará por nuestras camas y nuestros cuerpos y nuestras palabras, y entrará por nuestras puertas y ventanas. Si quienes dicen estar por la defensa de la diversidad, toleran y fomentan y silencian las agresiones, e incluso las perpetran, no sólo no nos defienden, sino que además, invisibilizan y neutralizan nuestra lucha. Por eso, ahora más que nunca, el orgullo será interseccional. Por eso el orgullo será en primera persona, ahora más que nunca, será transfeminista, o no será.

                                               Transfeminalia, Junio 2015


domingo, 10 de mayo de 2015

ARTÍCULO MUTANTE (o de cómo dije adiós a El Norte de Castilla)


La Metamorfosis de Kafka cumple en estos días 100 años. Una de las novelas más alucinantemente lúcidas y dementes –sí, ambas cosas a veces se dan en el arte de un modo maravilloso- que se han escrito nunca, cumple un siglo, nada menos. Y tal vez no sea casual que los días en los que se conmemora la mutación de ese respetable y anodino hombre gris que fuera en la novela Gregorio Samsa, coincidan también con mi propia metamorfosis.
Según el diccionario, una metaformosis es un cambio o transformación de una cosa en otra, especialmente el que es sorprendente o extraordinario y afecta a la fortuna, el carácter o el estado de una persona. Tal vez esta definición resulte demasiado chispeante, después de todo –ya sabemos lo que les gusta a los señores de la RAE almidonar las palabras con toda esa apabullante y suntuosa naftalina lexicográfica- y, en mi caso, mi metamorfosis no tenga nada de extraordinario o sorprendente, pero el caso es que sí podemos hablar de cambio o transformación de una cosa en otra, de variación, de mudanza –como les gustaba decir a los clásicos-, de “a otra cosa mariposa”, como preferimos decir nosotros.

No deja de ser curioso que para formular una frase hecha cuyo significado es, precisamente, el de abandonar una cuestión o estado, elijamos precisamente al animal mutable por excelencia. La mariposa, célebre por su metamorfoseo, viene a protagonizar una de las frases hechas que más puertas al cambio nos abre y que resulta ser algo así como el modismo de la muda, la frase que Gregorio Samsa hubiese pronunciado alguna vez, la expresión que Kafka hubiese utilizado si hubiese escrito su Metamorfosis en la lengua de las mariposas –antes conocida como lengua de Cervantes-.
Todo estado, Kafka lo sabía, es provisional. Y la provisionalidad de mis palabras en este espacio, mi voz en este periódico, al menos de manera regular, termina con este artículo mutante que ustedes ahora leen. Han sido siete años de compartir con ustedes cosas y casos, palabras deshilachadas e hilos de pensamiento sobre la ciudad, sobre la vida, e incluso sobre mí mismo, llegado el caso; pero ha llegado el momento de la mutación, del cambio, de la muda. Porque cuando algo se hace desinteresadamente, sin recibir a cambio más que la atenta lectura de ustedes –que no saben hasta qué punto agradezco-, o se hace con infinito amor o no se hace. O se hace, como el amor, con deseo y entusiasmo, o es mejor dejarlo.

La cultura, en el momento histórico que ahora vivimos, está siendo ninguneada sistemáticamente con el firme objetivo de llevarla hasta el descrédito, hasta el ridículo, lo que está impactando de un modo alarmante en los medios de comunicación y de difusión, que son los encargados de difundir y también de cuidar toda esa cultura, todo ese saber. Pero la precariedad también se está cebando con esos medios. Mejor dicho, no con los medios, sino con los profesionales que trabajan para esos medios. Redactores en prácticas, fotógrafos subcontratados, falsos autónomos y otra serie de via crucis laborales por los que pasan los trabajadores y las trabajadoras –altamente cualificadas, formadas y profesionales- que levantan los medios de comunicación de toda España. Siento que a toda esta gente que nos mantiene informados, que trae a nuestras casas una ventana abierta al mundo, y a la que todavía le sigue importando la libertad de prensa, la libertad de expresión y el derecho a saber, a conocer lo que ocurre y cómo de un modo crítico y reflexivo, le debemos no sólo gratitud, sino también un respeto. Un respeto que, personalmente, éticamente, me estaba siendo imposible conciliar, pues siento que, con cada letra que escribo, con cada cosa que les cuento desde aquí –más acertada o menos- estoy fomentando, de algún modo, a que esa dantesca rueda de la miseria laboral se perpetúe. Como si me fuese a la fasa de voluntario a ponerle gratis los asientos al Megane, para que ustedes me entiendan. Pues bien. Esta es mi manera personal de mostrarles ese respeto. Callando mi voz en este espacio. Silenciando la tribuna que aquí he tenido abierta desde hace, como digo, alrededor de siete años. Una tribuna que ha hecho posible que mi voz llegara a todos los rincones de la ciudad y de la provincia, una tribuna que ha sido alumbrada como un privilegio. Un privilegio del que estoy agradecido, pero del que ya no quiero disfrutar. Entiéndame. De hecho, quizá ahora todo el privilegio radique en eso, en poder decidir libremente el camino de tu mutación; en poder decir libremente “a otra cosa, mariposa”.

No sé si esta decisión puede tildarse de audaz o de tibia, pero tampoco es algo que me importe demasiado. Me importa mucho más, ya digo, la situación de la cultura en España, la situación del periodismo en España, emparentado en sus altas esferas con los altos poderes políticos, económicos y empresariales, mientras a pie de calle prolifera la “becarización”, los contratos basura, y una suerte de “voluntariado” profesional que avergonzaría a cualquier país con un mínimo de cultura democrática.

Dice Kafka que un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros. Y yo creo que tiene razón. Y creo también que el arte, la cultura en general, debe ser esa hacha. La voz entusiasta es esa hacha. La voz colmada de alegría y de fe en sí misma es esa hacha. El cambio, la muda, la metamorfosis. El saber decir las palabras “crisálida” y “mariposa” sin que ninguna de las dos resulte mejor que la otra y que ambas tengan sentido. Mutar. Ser mutante. Ser un ser mutante. Reconocerse en el cambio. En las variables. Resultar paradójicamente coherente. Encontrar remanso en la contradicción. Ganarse el respeto y entregarlo de vuelta. Estar y ser agradecido. 



Escúchese si se quiere, aquí, que Me gusta mutar.

martes, 17 de febrero de 2015

El amor según Barthes (a propósito de Happy Valentine, de Paul B. Preciado)

Dice Paul B. Preciado que el amor es un dron. Lo dice aquí, en estas líneas, y lo dice después del amor. O mejor, después de que éste haya dejado oquedades y grietas horadadas en su ánimo. "Otro corazón roto", leía muy certeramente al pie de esta noticia. Pero yo leo en las palabras de Preciado, más bien el deseo frustrado de no haber podido amar para siempre. De no haber podido amar de ese modo en que nos dijeron, en que nos contaron que era amarse, eso que debía, forzosamente, ser el amor. Leo las palabras de Preciado y pienso en mí a los 8 años renegando de la fe un gélido cinco de enero y, de algún modo, claro, renegando del amor. Pienso en mí odiando a mis padres, odiando la ficción de los camellos y los reyes, cada regalo, la pantomima de las tres copitas de champán, la mascarada del turrón y las pastitas, la crueldad que conlleva saber, llegar finalmente a saber, ese momento, que la esperanza es una farsa y la ilusión una mentira. La decepción, la pérdida de la fe, el descreimiento. Descreer es doloroso, mucho más que no haber creído nunca, mucho más incluso que seguir creyendo, o fingiendo que se cree, bajo la sospecha o la certeza de que no hay nada más allá de la llaga en la que Tomás pudo y quiso hundir el dedo.

Leo este texto de Paul B. Preciado y me parece un texto descorazonadoramente tierno, como si asistiera, mientras lo leo, a una especie de antiepifanía, a un hallazgo desgarrador al que más valiera no haber asistido nunca. Ese momento frente a los juguetes, al pie del árbol y de rodillas sabiendo, contra todo pronóstico, contra todo deseo, que el árbol y los juguetes son mentira, después de todo. Leo este texto de Paul, tan candoroso, y me veo a mí, tan candoroso, y realmente quiero abrazarnos. 

Pienso en Platón y estoy de acuerdo. Platón tiene la culpa, en gran medida y, en gran medida Disney y su factoría, que supo recoger el testigo idealista del binomio y del fijismo cultural que gira y ha girado siempre, en torno al amor. Por eso parece, en verdad, que es más o menos sencillo establecer lo que es el amor, de qué se trata. Plasmarlo en una imagen, en un lienzo o en el final de todos los cuentos que, nos han dicho, eran claramente cuentos de amor. 

Lo pasé mal aquella noche del 5 de enero. Hacía frío y los camellos -eso creía yo- no volverían a ser jamás los camellos, no volverían nunca a tener la entidad que tenían en mi cabeza hasta aquella noche aciaga y descorazonadora víspera de reyes. Pero el tiempo pasó y, en éste, fui capaz de distinguir de un modo -aquí sí, casi epifánico-, la ficción de la mentira. Y pude constatar que, las más de las veces, ocupan espacios remotos. Cuando cumplí 17 quería estudiar filosofía o literatura. Tuve que decidirme por una, y no puedo estar seguro de que en mi decisión no influyera, de algún modo, aquel dolor tan descorazonador con el que me golpeó la verdad -menuda embustera-, aquella noche de reyes tan fría y oscura. Yo sólo tenía ocho años, pero descubrí de algún modo que los ejes verdad/mentira eran aparatos complejísimos puestos al servicio del dolor y de la hegemonía, y yo no estaba dispuesto a sufrir más de lo imprescindible (y si me apuras, ni siquiera éso). Dice Barthes que la ficción es una delgada despegadura que forma un cuadro completo. Y yo creo que tiene razón. El amor, según Barthes -y no según San Pablo- no es un dogma de fe, sino un supuesto abocetado que enardece la creación y la potencia. El amor son las glándulas de Skene de la voluntad, en el sentido más raciovitalista de la palabra. El amor eyacula e inocula, y puede ser un dron, claro que sí, pero como ficción puede, cómo no, ser cualquier otra cosa. 

Cuando con 17 años elegí la literatura, supe también que elegía bailar con la más tonta, con la más superficial, con la guapita sin cerebro de la clase. Supe que le estaba pidiendo bailar a la que mejor la chupaba, pero también a la tenía todas las papeletas para convertirse en un juguete roto, en un cuerpo sin cabeza, en la zorra que a todos entretiene y con la que nadie quiere quedarse hasta el final de la fiesta. Sabía que bailaba con la que todos querían entretenerse un rato, metérsela un rato, para luego volver a sus asuntos y sabía que a ella tampoco le importaba demasiado. Pero a mí me interesaba toda esa parte. La hegemonía no sólo ya me había retorcido el alma demasiadas veces sino que, en verdad, nunca me había interesado; la lectura de las cosas en términos hegemónicos ya me había aguado la fiesta muchas noches, y yo no estaba dispuesto a que pasara otra vez, porque ya estaban levantadas las cartas de eso que vienen llamando realidad, y sobretodo porque la verdad era también un constructo, pero sin atisbo de ternura y por eso estaba lejos de llegar a ser una ficción. 

La literatura, esta enamorada mía tan zorra y tan tierna, tan amantísimamente insana e insalubre y tan sanadora a veces, me ha enseñado, por ejemplo, que la historia de los sinsabores de las quimeras de los justos se repiten torpe y reiteradamente en la historia de la ficciones -que no es otra cosa que la historia literaria- y es candoroso leer a Lope de Vega, cuatro siglos después, en las anotaciones de Preciado sobre qué es el amor -quien lo probó lo sabe-. Todo eso me ha enseñado la literatura, esta guapa y tonta amante que elegí pudiendo elegir cualquier otra cosa. Todo esto me ha enseñado mi amor, también, el de verdad, el de carne y hueso, quien ha resultado y resulta ser un poco como la literatura. Ambas el doble de sabias de lo que las dijeron. Y el doble de perras, también, probablemente. 

El amor es, como bien saben Lope y Paul -ambos lo probaron-, contradictorio. La identidad de género es, como bien sabe Paul -que lo ha probado- contradictoria. A ninguna de las dos Platón las quiere. Ninguna de las dos son mensurables, ni rigurosas, ni fungibles. Ambas son dúctiles, pero se comprometen. Ambas son frágiles, pero supervivientes. Y ninguna es lo que de ellas se dice en congresos, dibujos o revistas. No acabemos con los limoneros por el simple hecho de que sólo hayamos conocido el limón exprimido en nuestros ojos. Exploremos lo inexplorado, por superficial, por contradictorio, por poco riguroso, por inesperado. Un día cualquiera aprenderemos a hacer limonada, sin quitarle la razón a los que dicen que el limón escuece. 

Ser nominalista en términos filosóficos te entrega de verdad lo que te quita de ternura. Y la verdad es una farsante que está lejos de contonearse como lo hace la ficción. Y yo, que huyo del dolor como del fuego sagrado de los dioses, sé que aquel es innegable en el amor, y éste necesario para comprender el deseo. Y voy por eso negociando también conmigo.

Escribo esto desde el amor. Soy un hombre enamorado. Y escribo esto también desde la ficción. Soy un hombre ficcionado. Soy un hombre ficción. Soy un hombre protésico. La ficción es una prótesis del deseo y el amor es una prótesis del amor. Podréis o no sintonizar con mis palabras, pero nada de lo que digo es mentira, porque lo que cuento no tiene un color que esté recogido en un pantone. Simplemente, no responde a las categorías verdad/mentira tal y como las conocemos en esta suerte de invención despoetizada a la que llamamos realidad. Escribo lo que escribo desde la propia escritura, que no deja de ser también un código protésico. Un paquete de elementos articulados que se organizan en función de las necesidades contextuales. Como mi cuerpo, como mi género, como el amor. Yo no quiero destruir el género, sino que otros géneros sean posibles, convivenciales. Yo no descreo del género porque no sé andar con tacones, y me parece realmente insolente decirle a quien performa el género que el género no existe. O decirle a Cervantes que el Quijote no existe. O a los millones de lectores que tiene y sigue teniendo. El género existe, pero tal y como está concebido, el género atenaza. El amor existe, pero tal y como está planteado -platoneado-, el amor es, claro que sí, "un bosque de llamas". Paul B., desde su nuevo nombre, ha creado un texto que es un tributo al amor, porque abre, en realidad, la ventana, a otros amores posibles, a otras nuevas maneras de amar, y a otros horizontes de expectativas respecto al amor. Paul, como yo aquella noche en la que los camellos parecieron esfumarse para siempre, ha abierto la puerta a la ficción -un texto literariamente maravilloso-, y de la ficción al amor, hay apenas una metáfora. Porque la ficción es especialista en escudriñar cada rincón de esta cartesiana realidad neoplatónica y siempre encuentra la manera de inocular polvo de hada (somos nosotros) entre las grietas de los socavones que dejan las heridas sin cerrar. A veces basta escribir a mano la carta a SS. MM. A veces, servirse y tomarse uno mismo tres copas de champán tiene la dosis justa de magia y de ternura para seguir sacando brillo a los zapatos, para seguir haciendo limonada y no ya crear o descreer del género o el amor, sino hacerlos, al cabo posibles, porque las metáforas eran esto, otros géneros y otros amores.  


lunes, 29 de diciembre de 2014

Señoros sin corbata: una reflexión sobre Ganemos Palencia

Asisto, desde la distancia, al pulso sociopolítico y cultural de mi cuidad. Entro en las webs de la prensa local y trato de mantenerme lo suficientemente cerca de las cosas que pasan como para que éstas no me pillen por sorpresa. Leo. Navego. Pienso que no es verdad que la distancia te dé perspectiva. Mentira. La lejanía no da perspectiva, sino pereza. Y la distancia es una mierda porque exige un esfuerzo extra de contextualización, porque a fin de cuentas, las cosas te están pasando y no, o te pasan un poco menos cuando no estás en el meollo del asunto, en el ojo del huracán. Podría dármelas de objetiva, ahora que la objetividad está tan de moda para todo, y decir que el hecho de observar las cosas desde fuera me otorga una objetividad que de otro modo no tendría. Podría decirlo, como si la objetividad fuese una especie de garantía de veracidad, una especie de unción de sabiduría y conocimiento. Pero nada más lejos. La objetividad es sólo aquello que unos cuantos han pactado como norma y como cierto, en un momento y un lugar determinados. Pero no es, ni mucho menos, evidencia de verdad irrefutable.
Así, una vez aclarada y expuesta aquí mi tirria personal a lo objetivo como sinónimo de certero, racional, veraz e indiscutible, me gustaría aquí romper también una lanza por el rigor que se esconde en lo subjetivo. No olvidemos, por ejemplo, que aquello de que la tierra se movía fue durante siglos nada más que una opinión –y nada menos, diría yo-, hasta que la comunidad occidental optó por erigirla a la categoría de objetiva.

Estamos, pues, de acuerdo en que la subjetividad puede, por tanto, estar cargada de rigor y de razones y la objetividad venir vacía de reflexión y perspectiva.

Veo a través de los periódicos y las redes sociales, que a imitación del solidísimo proyecto de Guanyem Barcelona –liderado por la carismática y lúcida activista Ada Colau-, surgen en muchísimas ciudades, con mayor o menor acierto, propuestas similares. En nuestra ciudad, claro, surge también una iniciativa similar, Ganemos Palencia, y lo que de entrada debe –creo yo- ser motivo de alegría, empieza a tomar la misma forma que el resto de las cosas. Que surja un movimiento de estas características en la ciudad debería significar que la ciudad se mueve, que la gente está viva, que sale del letargo, de la ataraxia enfermiza e infame en la que nos ha aleccionado la política neo -pero ultra al fin y al cabo- conservadora de los últimos años, y que empieza a importarnos lo que pasa a nuestro alrededor y a las de nuestro alrededor. Pero claro, con la distancia me vengo arriba, ya dije que no era cosa buena la distancia, y me creo yo misma ficciones de las que luego no soy capaz de salir.


El proyecto Ganemos Palencia tiene –creo- buenas intenciones, pero a estas alturas del cuento, no hay nadie que no sepa ya que el camino del infierno está pavimentado con esos mismos buenos  propósitos. Me parecería un proyecto fascinante, un proyecto que pretende repensar el papel de la gente (no de la ciudadanía, por favor; ¿o es que acaso la gente que no vive en la ciudad no tiene derechos?), si no fuese porque el movimiento está incurriendo de nuevo en la misma dialéctica que preconizan quienes ya detentan el poder. Veo a través de los medios, que el tejido social que conforma el proyecto Ganemos Palencia es, en su mayoría, un tejido social envejecido, formado por hombres blancos heterosexuales y de clase media que hablan sin parar de economía. Ni rastro de diversidades. Ni rastro de atención a los cuidados. Ni rastro de una mirada a lo doméstico, a lo personal, a lo cotidiano, a lo pequeño, a lo invisible. Ni rastro de absolutamente nada que evidencie con hechos –no palabras- que estamos de verdad frente a gente diferente que levanta un proyecto diferente. Conozco y estimo a algunos que forman parte del proyecto, y quizá alguno se enfade, pero no me importa. El aprendizaje está en la crítica, y si no se saben detectar los agujeros, difícilmente pueden repararse.

Tengo que decir lo que veo, y lo que veo es que las diferencias a efectos prácticos con la imagen que proyectan los medios de partidos conservadores como PP y PSOE son más bien pocas. Es decir, que veo exactamente lo mismo que estamos hartas de ver en las instituciones: hombres mayores llenitos de privilegios ejerciendo su poder, ocupando los espacios públicos, tomando presencia, haciéndose presentes. Claro que creo en las propuestas escritas de Ganemos Palencia, pero mientras ellos se reúnen para hablar de igualdad –usando, por cierto, un lenguaje no inclusivo-, sus mujeres están en la cocina haciéndoles la cena y cuidando de sus hijos. Claro que creo en las propuestas de Ganemos Palencia, pero mientras ellos se reúnen para hablar de integración, las dependientes o las diversas funcionales no pueden acceder a las reuniones, ni a sus espacios, porque simplemente no se hacen accesibles. Claro que creo en las propuestas de Ganemos Palencia, pero mientras ellos se sitúan del lado de “la mayoría” –igual que hicieran PP y PSOE-, las minorías seguirán estando invisibilizadas, silenciadas, vapuleadas, hostigadas y arrinconadas.


Por eso le pido a Ganemos Palencia, evidentemente, todo lo que jamás se me ocurriría pedirle al PP o al PSOE. Como un ejercicio de autocrítica, por ejemplo. ¿Por qué casi no hay mujeres implicadas de un modo activo y decisivo en este movimiento? ¿Por qué apenas se acercan jóvenes, o migrantes, o diversas funcionales? ¿Tenemos de verdad un discurso integrador, una óptica interseccional, una deuda con la diversidad o estamos siendo tan sólo –y si es verdad hay, de una vez por todas que asumirlo- señoros sin corbata?

Bingo para facilitarles las críticas a los señoros sin corbata





martes, 23 de diciembre de 2014

Relfexiones sobre el Comunicado de la FeCyLGTB



Hace unos días, me topé por redes sociales con el comunicado emitido por la Federación Castellano Leonesa de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (Fecylgtb). El comunicado es el que sigue:




El comunicado, como veis, no tiene desperdicio, y me resulta extremandamente cansado, agotador y extenuante seguir explicando por qué una y otra vez. 

-Ausencia de lenguaje inclusivo: Para empezar, todo el texto está escrito en un clarísimo y marcadísimo género masculino. Algo que ya resulta agotador, pues si ni siquiera los colectivos lgtb+ cuidan el feminismo (que son deudores directos de él), no sé cómo vamos a pedírselo a los sindicatos, a la asociación de amantes de la capa castellana o a la sociedad.

- Ontología del lesbianismo y confesiones: Ese segundo párrafo, que se inicia con una especie de declaración ontológica de estado de la cuestión "Esther Catón, lesbiana", es a todas luces una afirmación no sólo no pertinente, sino que roza lo lesbofóbico. ¿Acaso importa si la persona que ha trasladado la solicitud en el registro se identifica como lesbiana, trans, bisexual o con cualquier otra identidad/tendencia sexual? ¿Es acaso SER lesbiana una cuestión, como digo, ontológica? ¿O ha de leerse más bien como una especie de confesión dignificatoria? Ese tipo de confesiones que han hecho siempre lxs antihéroes en las películas, para buscar la empatía a través de la compasión con elx espectadorx. Esas confesiones truculentas que arrancan de bocas de personajes del todo irredimibles (alcohólicos, drogadictos y ludópatas), que buscan redimirse a través del esfuerzo de la rehabilitación y el empático, compasivo y misericordioso perdón del espectadorx. ¿Estamos confesando algo? ¿Debemos las lesbianas y demás mostruitxs sexo-disidentes confesar que somos lo que quiera que seamos, como confiesan sus crímenes lxs delincuentes arrepentidxs? 

-Machismo: "El que se impida el acceso a (...) a mujeres solas". ¿Perdona? A ver, cómo te lo explico: que una mujer no tenga pareja (o parejas) no quiere decir que esté sola, eso para empezar. Porque si seguimos afirmando tal cosa, estamos en realidad afirmando que la mujer, en tanto que cuerpo frágil, indefenso y débil, necesita estar emparejado siempre, por aquello de estar protegida, y que bastante tienen las mujeres solas, las pobres, como para que encima vaya la ley y no les permita ser madres (el único consuelo en la vida que les queda a su soledad). Ésto, que parece muy exagerado, no es otra cosa que la lectura que se extrae de esa expresión, que, como digo, sigue escondiendo, en verdad, unos modelos familiares absolutamente tradicionales, entendiendo otros modelos de familia (como las monoparentales), como si fuesen familias disfuncionales o, en el mejor de los casos, menos óptimas o felices/ideales que las de los anuncios del Kinder Sorpresa. Pero claro, uno -hablo por mí- espera que la federación que ha de defender tus derechos de monstruito queer, no preconice los mismos modelos que los huevos de chocolate o los colegios de curas, que vienen siendo la misma cosa.

-Negación de lo trans e invisibilización de lo +: Por si no estuviese suficientemente trufado de invisibilizaciones y atropellos al feminismo, el comunicado de la -atención- FeCyLLGTB solicita el acceso a la reproducción asistida a "todas las mujeres", excluyendo así de un plumazo a toda la comunidad trans y a todos aquellos cuerpos que son potencialmente gestantes pero que no se identifican con el término "mujer". No es de recibo, y creo que no debemos consentirlo, que quienes se están poniendo medallas a costa también de reivindicar los tan necesarios derechos trans a una asistencia sanitaria en condiciones (y no hablo sólo de protocolos de reasignación, hay muchas realidades trans que no pasan por quirófano), estén aquí negando el acceso a la maternidad de los cuerpos disidentes del binomio. No es cosa nueva que la comunidad médica lleva queriendo esterilizar los cuerpos de todas aquellas personas que se resisten a encajar y seguir reproduciendo los dos únicos y hegemónicos modelos, el consabido binomio hombre/mujer, y ya va siendo hora de que desde los colectivos que se supone que defienden nuestros derechos, se ponga de una vez por todas freno también a esta esterilización masiva de todos esos cuerpos disidentes del binomio. Hay hombres con vagina, y la Federación Castellano leonesa de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales no sólo debería saberlo, sino que debería visibilizarlo. Hay cuerpos potencialmente gestantes que no son mujeres, y que también deberían, como ellas, tener derecho a la paternidad, a la maternidad, o a como quiera que cada uno de esos sujetos quiera llamar a la experiencia procesual de gestar vida en su cuerpo. Y la Fecyl lgtb no parece enterarse, o no quiere. 

No sé si todos los colectivos que abajo suscriben el texto están en verdad de acuerdo con el mismo. Si es así, ya podemos decir sin miedo a equivocarnos que el activismo lgtb+ en Castilla y León (en el sentido más institucional de la palabra, claro) no existe, son los padres. En cualquier caso, me gustaría escuchar/leer otras voces disidentes.
Saber si hay más cuerpecitos ahí fuera a los que este comunicado de prensa no sólo no les representa, sino que les llega a parecer insultante. 

Si estOs son lOs que van a defender nuestros derechos, que baje Valeriè Solanas y lo arregle. Y por favor que sea pronto. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

¿Y QUIÉN NO TIENE UN AMOR?

Escribo estas líneas desde un dispositivo electrónico móvil, uno de ésos que llaman tablet, a cientos de kilómetros de mi casa. Como sabéis, las tabletas no tienen un procesador de textos como word que te permita editar tus documentos de un modo sencillo, y la solución a la edición textual más razonable, pasa por descargarse del google play o del app store una aplicación que haga, muy rudimentariamente, las veces de editor de textos. Escribo sin teclado, o mejor dicho, con el teclado táctil de este dispositivo: pequeñas y sensibles teclas que me obligan a escribir cada palabra con un cuidado excesivo y una vigilancia minuciosa, para que el corrector ortográfico del cacharro no haga de las suyas y me cuele caprichosamente alguna palabra, se coma alguna coma o algún punto, o me obligue a elegir formatos que, de otro modo, yo no hubiese elegido en absoluto.
Podéis pensar, al menos yo lo haría, que no hay razón para tanto cuidado a la hora de escribir este artículo, un artículo que, además, pasará a la historia sin pena ni gloria, muy probablemente, y que no hay mejor remedio para no tener que enfrentarse a las grandes limitaciones de la tableta, que el uso de un pc. Podéis pensar éso, y estaréis en lo cierto.

Pero lo cierto es que cuando uno tiene que viajar cada semana a un lugar que no es el suyo, a una ciudad que no le pertenece, el equipaje siempre pesa demasiado y cualquier objeto a mayores, cualquier aparato añadido a tu maleta a última hora de la tarde del domingo, se revuelve el lunes contra tu espalda con todo el peso de la tierra. El tren que te lleva lejos de casa, terco y obstinado, es también el mismo tren amable y esperanzado que te trae de vuelta cada viernes, y los días laborables se convierten en meras estaciones de servicio en las que uno espera, con verdadera impaciencia, la llegada de ese viernes que, de nuevo, le trae su vida de vuelta.

Porque tu vida, al fin y al cabo, se queda donde está tu familia, que es tu casa, se queda donde están tus amigos, que son tu casa, se queda donde tu amor y tu perro, que son claramente tu hogar, cuidan de tu vida entre semana hasta que vuelves a ella. Vivir fuera de tu vida no se parece a niguna otra cosa. Que te cuenten tu vida por teléfono y te manden fotos de caras y rincones cotidianos no se parece a casi nada. Por éso del exilio se sabe siempre más bien poco, porque las vidas de quienes allí van a parar durante un tiempo, se quedan detenidas mientras tanto, como trenes de corto recorrido aparcados en vías auxiliares.
El exilio, en realidad, no es estar lejos de tu casa, sino fuera de tu vida. Porque, al fin y al cabo, estar lejos de casa pero con tu vida, estar lejos de casa pero con tu amor y con tu perro es, sabedlo, estar en casa.

Pero fuera de casa no se puede bailar. Uno no termina nunca de coger el ritmo. Fuera de casa todas las cosas se parecen a tu casa y todos los perros se parecen al tuyo, pero no deja de haber algo en sus andares, algo en sus ojos que viene a recordarte con una retorcida levedad, que ninguna de esas vidas es la tuya, que sus adorables y livianos paseos no te pertenecen. Por eso lo peor de estar fuera de casa no son todas las cosas ajenas a tu vida que te circundan alrededor, sino los huecos que dejas en tu mesa, el espacio de tu sofá que se queda sin cubrir, el paseo matutino que no das por tus calles, el hueco del sueño que no sueñas en tu cama: todo aquello que no puedes compartir.

¿Y quién no tiene un amor?, se pregunta Alejandra Pizarnik en aquel poema titulado Exilio. Porque el exilio es éso. El exilio es tener un amor, un perro y una casa. El exilio es que te guste mucho tu vida y tengas que mirarla desde lejos.


El trabajo que he venido a hacer a cientos de kilómetros de mi vida es el mismo trabajo que puedo hacer en mi casa, o a unos poco kilómetros de ella. El trabajo que he venido a hacer a cientos de kilómetros de mi casa es un trabajo idéntico al que estará haciendo alguien que esté ahora mismo trabajando en mi cuidad, a cientos de kilómetros de la suya. Todos los perros que pasean junto a él cuando sale de trabajar, son mi perro. Todos los perros que pasean junto a mí cuando salgo de trabajar, son el suyo. Vemos pasar cada día los huecos que en su vida ha dejado el otro, y no nos atrevemos a rebelarnos contra un sistema que sólo sabe fabricarnos agujeros. Un sistema de organización política y social que nos arranca de nuestras vidas y aún pretende que le bailemos el agua. Que le estemos agradecidos. Un sistema de gestión del territorio que lleva a un profesor de matemáticas de Chiclana a dar clase de tecnología en Iscar, y a un ingeniero industrial de Valladolid a dar matemáticas en un instituto de Cádiz.
Condenados a vivir fuera de nuestras vidas y ver pasar las vidas de los otros en fugaces ráfagas de destellos, como en aquel cuento de Italo Calvino en el que los amantes nunca llegan a encontrarse. Condenados a esta extra territorialidad perversa, deslocalizados de nuestros afectos, de nuestras empatías, de nuestros pormenores. Saqueadas nuestras casas, desalojadas nuestras rutinas, externalizados nuestros pulsos, nuestros quereres, nuestros abrazos. Nos están dejando sin abrazos y no deberíamos consentirlo. Alguien debería decir que basta, y ese alguien tendríamos que ser nosotros. Una generación formada hasta el escándalo, obediente y sumisa hasta la ofensa, conservadora y crédula hasta rozar el disparate. Una generación que se ha tragado más cuentos y más jarabes de los que cualquiera hubiera podido digerir, y que sin embargo ahora comprende, maleta a la espalda, agujero a la espalda, que todo era, la verdad, mentira, y que el precio es llevar una vida zombie, walking deads caminando alrededor de las vidas de otros que, también, tuvieron que abandonar la suya. No deberíamos consentirlo. Alguien debería decir que basta y ese alguien deberíamos ser nosotros. Una generación nieta del exilio, vapuleada por la precariedad, la provisionalidad y la urgencia. Una generación que ha leído menos poemas de Alejandra Pizarnik de los que hubiesen sido deseables para hacer la (re)evolución. Una generación a la que le hubiese ido mejor desobedeciendo al padre y abrazando a los poetas. Os escupo en la cara, que decía Federico. Os escupo en la cara. Desde este teclado provisional, desde las periferias de mi vida, os escupo en la cara a vosotros, viejos engolados de poder y corruptelas, hombres viejos, oligarcas. Os escupo en la cara como Federico. Porque alguien debería decir que basta -¿no tenemos, acaso un amor?-. Alguien debería decirlo -devuélvannos nuestras vidas, nuestro derecho al abrazo- y tendríamos que ser nosotros.