Independientemente de lo que, personalmente, me pueda parecer el "matrimonio" como institución política, económica y social, y el uso que de él se viene haciendo por parte del heteropatriarcado, no puedo dejar de escribir esta misiva "a quien corresponda", como decía Joan Manuel Serrat. Y ahora, precisamente, que las manzanas ya no huelen (será que las han segregado, junto con las peras), el destinatario de la correspondencia tiene nombre y apellidos. Ah, y también un twitter que sus community managers le han abierto hace poco, con no demasiado acierto, todo sea dicho.
Señor
@marianorajoy:
El motivo de la presente no es
otro que el de hacerle llegar a usted de un modo fácil, sencillo y, sobre todo,
clarificador y eficaz, los más que sobrados motivos por los que el término
“matrimonio” debe ser mantenido para designar las uniones civiles matrimoniales
–valga la redundancia- de personas del mismo sexo, ya que, de no ser así, se
estaría incurriendo, además de en una clara discriminación de las personas
homosexuales, en una incongruencia falaz, pues no olvidemos que la tan
necesaria ley del matrimonio homosexual, tiene su origen, precisamente, en la
definitiva eliminación –legal, al menos- de la discriminación que las personas
homosexuales, bisexuales, transexuales, intersexuales y transgénero venimos
sufriendo desde mucho, mucho tiempo atrás.
No se trata, señor Rajoy, de
debatir acerca de esta ley que permite a dos personas adultas perfectamente
sanas y libres manifestar pública y legalmente, no ya su amor, sino la
institución familiar –y por tanto político-social- que, como cualquier otro
matrimonio, representan. No, verá, esto, por más que les pese a algunos y a
algunas, ya no es negociable. Pero lo que tampoco es negociable, Señor Rajoy,
es que una persona como usted, aspirante a la Presidencia del Gobierno de un
país, el nuestro, que se supone democrático y plural, pretenda seguir estigmatizando
a una parte de esa ciudadanía, pretenda seguir haciendo de nosotros y nosotras
ciudadanos y ciudadanas de segunda, utilizando esta vez, para ello (las excusas
son interminables), una letra escarlata que se traduce en diferenciación
terminológica.
No, señor Rajoy. No aceptamos
barco como animal acuático, ni aceptamos tampoco que nuestras uniones civiles
sean nombradas de un modo diferente a como son nombradas las uniones civiles de
las parejas mixtas. Primero, porque son idénticas y segundo porque es ahí
precisamente, donde está el veneno de la discriminación, señor Rajoy, en la
semilla que enfatiza la diferencia inexistente.
Lo digo porque me preocupan,
sinceramente, las declaraciones que a este respecto a hecho usted recientemente
en diversos medios de comunicación, manifestando que, puesto que en este tema
hay posturas encontradas, hay que representar a toda la ciudadanía. Mire usted,
Señor Rajoy, la tortura, la discriminación, la violencia de género, el racismo
y tantas otras abominaciones tienen también dos posturas encontradas muy
claras: la de quienes lo sufren –víctimas- y la de quienes lo infringen –agresores-;
pero como usted comprenderá, no por ello la cabeza visible de un partido que se
tenga por demócrata, va a defender tal cosa por aquello de que “hay posturas
diferenciadas”. Sin embargo usted, señor Rajoy, lo viene haciendo
constantemente desde que su partido recurrió la ley que reconoce lo que somos:
iguales a todas las demás personas. ¿De verdad molestamos tanto? ¿En serio
todavía, en pleno siglo XXI, cuestiones como las ¿diferencias? de raza, sexo,
clase social o tendencia sexual siguen siendo un problema entre los militantes
y los simpatizantes de su partido? Dígalo claro, señor Rajoy porque, de ser
así, la sociedad tiene derecho a saber qué clase de personas aspiran a
gobernarla y, sobretodo, con qué clase de códigos éticos y valores pretenden
hacerlo.
Las palabras, Señor Rajoy,
pesan. Y mi mujer lo es, en parte, en tanto que es nombrada por mí como tal,
designada por mí como tal, públicamente. Su matrimonio, Señor Rajoy, adquiere
la dimensión de matrimonio en el momento en el que ritual, legal y
públicamente, su cónyuge y usted son así nombrados, así designados socialmente,
legalmente. Y no, no me venga con reflexiones peregrinas sobre etimología
porque, créame, después de terminar mis estudios de Filología, creo que estoy
en posición de decirle que el origen etimológico del término ‘matrimonio’ es
más que confuso y que, en cualquier caso, si las leyes se hicieran atendiendo
al étimo, tenga usted por seguro que a día de hoy estaría recibiendo visitas
oficiales en el “retrete” de usted, y no en el salón oficial destinado a tal
fin.
Así que no, Señor Rajoy, no hay
otro motivo para seguir adelante con ese recurso ni con la controversia del
término, más que el deseo de usted y de su partido de seguir discriminando
ciudadanos y ciudadanas por su tendencia sexual y, créame, a estas alturas del
cuento, como usted comprenderá, ya no estamos por la labor ni de mendigar
igualdad –sabemos que lo somos- ni de dejarnos engañar por el estúpido complejo
de inferioridad enfermizo que tantos años hemos venido arrastrando a causa,
entre otras cosas, de ese pensamiento discriminatorio y, por tanto homofóbico
del que, según parece, ustedes siguen haciendo ostentación. No.
Por tanto, si esta carta le
sirve a usted y su partido para reflexionar sobre ello, celebraré que todavía
la voz de la ciudadanía, que ve peligrar sus derechos, sea tenida en cuenta y
que en ustedes quede, todavía, algún resto de sentido de la igualdad y la
justicia. Si no –cosa que mi noción de realidad ve más probable- seguiré
lamentando ver cómo se pretende discriminar y hacer demagogia a través de las
palabras, los usos que hacemos de éstas y, sobre todo, las realidades que éstas
designan. Porque las palabras, Señor Rajoy, conforman la realidad y por tanto
lo son, en cierta medida; y porque, como dijo el gran escritor Eugéne Ionesco:
“sólo valen las palabras, el resto es charlatanería”.