domingo, 16 de octubre de 2011

Las bodas de Mariano



                Independientemente de lo que, personalmente, me pueda parecer el "matrimonio" como institución política, económica y social, y el uso que de él se viene haciendo por parte del heteropatriarcado, no puedo dejar de escribir esta misiva "a quien corresponda", como decía Joan Manuel Serrat. Y ahora, precisamente, que las manzanas ya no huelen (será que las han segregado, junto con las peras), el destinatario de la correspondencia tiene nombre y apellidos. Ah, y también un twitter que sus community managers le han abierto hace poco, con no demasiado acierto, todo sea dicho.

                   Señor @marianorajoy:
                El motivo de la presente no es otro que el de hacerle llegar a usted de un modo fácil, sencillo y, sobre todo, clarificador y eficaz, los más que sobrados motivos por los que el término “matrimonio” debe ser mantenido para designar las uniones civiles matrimoniales –valga la redundancia- de personas del mismo sexo, ya que, de no ser así, se estaría incurriendo, además de en una clara discriminación de las personas homosexuales, en una incongruencia falaz, pues no olvidemos que la tan necesaria ley del matrimonio homosexual, tiene su origen, precisamente, en la definitiva eliminación –legal, al menos- de la discriminación que las personas homosexuales, bisexuales, transexuales, intersexuales y transgénero venimos sufriendo desde mucho, mucho tiempo atrás.
                No se trata, señor Rajoy, de debatir acerca de esta ley que permite a dos personas adultas perfectamente sanas y libres manifestar pública y legalmente, no ya su amor, sino la institución familiar –y por tanto político-social- que, como cualquier otro matrimonio, representan. No, verá, esto, por más que les pese a algunos y a algunas, ya no es negociable. Pero lo que tampoco es negociable, Señor Rajoy, es que una persona como usted, aspirante a la Presidencia del Gobierno de un país, el nuestro, que se supone democrático y plural, pretenda seguir estigmatizando a una parte de esa ciudadanía, pretenda seguir haciendo de nosotros y nosotras ciudadanos y ciudadanas de segunda, utilizando esta vez, para ello (las excusas son interminables), una letra escarlata que se traduce en diferenciación terminológica.
                No, señor Rajoy. No aceptamos barco como animal acuático, ni aceptamos tampoco que nuestras uniones civiles sean nombradas de un modo diferente a como son nombradas las uniones civiles de las parejas mixtas. Primero, porque son idénticas y segundo porque es ahí precisamente, donde está el veneno de la discriminación, señor Rajoy, en la semilla que enfatiza la diferencia inexistente.
                Lo digo porque me preocupan, sinceramente, las declaraciones que a este respecto a hecho usted recientemente en diversos medios de comunicación, manifestando que, puesto que en este tema hay posturas encontradas, hay que representar a toda la ciudadanía. Mire usted, Señor Rajoy, la tortura, la discriminación, la violencia de género, el racismo y tantas otras abominaciones tienen también dos posturas encontradas muy claras: la de quienes lo sufren –víctimas- y la de quienes lo infringen –agresores-; pero como usted comprenderá, no por ello la cabeza visible de un partido que se tenga por demócrata, va a defender tal cosa por aquello de que “hay posturas diferenciadas”. Sin embargo usted, señor Rajoy, lo viene haciendo constantemente desde que su partido recurrió la ley que reconoce lo que somos: iguales a todas las demás personas. ¿De verdad molestamos tanto? ¿En serio todavía, en pleno siglo XXI, cuestiones como las ¿diferencias? de raza, sexo, clase social o tendencia sexual siguen siendo un problema entre los militantes y los simpatizantes de su partido? Dígalo claro, señor Rajoy porque, de ser así, la sociedad tiene derecho a saber qué clase de personas aspiran a gobernarla y, sobretodo, con qué clase de códigos éticos y valores pretenden hacerlo.
                Las palabras, Señor Rajoy, pesan. Y mi mujer lo es, en parte, en tanto que es nombrada por mí como tal, designada por mí como tal, públicamente. Su matrimonio, Señor Rajoy, adquiere la dimensión de matrimonio en el momento en el que ritual, legal y públicamente, su cónyuge y usted son así nombrados, así designados socialmente, legalmente. Y no, no me venga con reflexiones peregrinas sobre etimología porque, créame, después de terminar mis estudios de Filología, creo que estoy en posición de decirle que el origen etimológico del término ‘matrimonio’ es más que confuso y que, en cualquier caso, si las leyes se hicieran atendiendo al étimo, tenga usted por seguro que a día de hoy estaría recibiendo visitas oficiales en el “retrete” de usted, y no en el salón oficial destinado a tal fin.
                Así que no, Señor Rajoy, no hay otro motivo para seguir adelante con ese recurso ni con la controversia del término, más que el deseo de usted y de su partido de seguir discriminando ciudadanos y ciudadanas por su tendencia sexual y, créame, a estas alturas del cuento, como usted comprenderá, ya no estamos por la labor ni de mendigar igualdad –sabemos que lo somos- ni de dejarnos engañar por el estúpido complejo de inferioridad enfermizo que tantos años hemos venido arrastrando a causa, entre otras cosas, de ese pensamiento discriminatorio y, por tanto homofóbico del que, según parece, ustedes siguen haciendo ostentación. No.
                Por tanto, si esta carta le sirve a usted y su partido para reflexionar sobre ello, celebraré que todavía la voz de la ciudadanía, que ve peligrar sus derechos, sea tenida en cuenta y que en ustedes quede, todavía, algún resto de sentido de la igualdad y la justicia. Si no –cosa que mi noción de realidad ve más probable- seguiré lamentando ver cómo se pretende discriminar y hacer demagogia a través de las palabras, los usos que hacemos de éstas y, sobre todo, las realidades que éstas designan. Porque las palabras, Señor Rajoy, conforman la realidad y por tanto lo son, en cierta medida; y porque, como dijo el gran escritor Eugéne Ionesco: “sólo valen las palabras, el resto es charlatanería”.