El Museo de Arte Contemporáneo de León, o MUSAC,
para más señas, plantea dentro de su Proyecto Vitrinas, la propuesta “Del mapa
al territorio: colectivos y espacios independientes en Castilla y León”, con el
fin de visibilizar a todos aquellos proyectos y/o colectivos de carácter
artístico-cultural que existen –o han existido, pues también recoge alguna que
otra apuesta con carácter retrospectivo- en el territorio de Castilla y León.
Como ya habrán imaginado, la idea es dar voz a aquellas agrupaciones o
movimientos autogestionados por las propias artistas de manera independiente y
que, en su mayoría, poco a nada tienen que ver con los circuitos
institucionales, o al menos no de un modo fundacional y/o continuo. Son
colectivos precarios y heterogéneos, fluctuantes y móviles, que conforman el
tejido sociocultural más contemporáneo y expresivo de nuestra comunidad y todos
ellos tienen, también una fuerte implicación social, ya sea por cómo están
concebidos, por la filosofía de trabajo que marca sus directrices, o por el tipo
de planteamiento artístico que promueven, y que pasa por concebir el arte y
todas sus expresiones en un medio, en un instrumento de cambio social.
Uno
de los proyectos que han sido recogidos en ese gran mapa virtual que las
vitrinas del vestíbulo del MUSAC albergarán durante unos meses es el proyecto
llamado “La cabra se echa al monte”. Apuesta de nombre extraño y formas más
extrañas y mutables todavía, que nació hace menos de un año en forma de
Festival en la localidad de Monzón de Campos (Septiembre 2013), y del que tengo
el placer de formar parte. Este proyecto, que se mueve con el deseo de
visibilizar las prácticas artísticas contemporáneas vinculadas al territorio
cuestionando, además, los límites de éste, nace también con una clara vocación
de cambio social, cuestionando los límites, no sólo de los géneros
decimonónicos en el arte, sino del concepto mismo de género, en todas sus
acepciones, así como de los términos espaciales entre lo físico y lo virtual,
lo habitado y lo no habitado, lo “capaz” y lo “no capaz”, etc.
Mientras
dábamos vueltas a las posibles formas de presentar este “animal” –tan
castellano- al MUSAC, y darle forma audiovisual, vimos la clara necesidad, por
el propio pulso del proyecto y por su código fundacional, de proporcionar a las
espectadoras la mayor accesibilidad posible, para que las experiencias en
relación a la presentación del Proyecto de “La Cabra se echa al monte” en el marco
de “Del Mapa al territorio” fuesen lo más diversas y experienciales posibles, pues
diversidad y experimentación son, al fin y al cabo, mimbres con los que también
está entretejido el proyecto.
Se
hacía, por tanto, necesario, contactar con el Centro Cultural de PersonasSordas de Palencia, explicarles el proyecto, y pedirles su implicación en el
mismo. La idea no era “trasladar” el contenido de nuestro pequeño ejercicio
audiovisual a la lengua de signos, sino traducirlo. Traducirlo como se traduce
del castellano a cualquier otra lengua: no copiando, sino enriqueciendo. Nos
pareció interesante –y necesario- plantearnos el asunto, no tanto desde una
óptica de accesibilidad, que también, sino desde la óptica de la traducción,
haciendo desaparecer así cualquier tinte de “buenismo” que victimizase a la
comunidad sorda, y así se lo trasladamos a las profesionales, voluntarias, trabajadoras
y traductoras del Centro, con quienes estamos más que agradecidas y ya hemos
establecido alianzas más que fructíferas. Cómo no hacerlo.
En
nuestro interés por visililizar lo que no se ve pero existe, teníamos ganas de
considerar a la comunidad sorda dentro de nuestro discurso como una minoría
lingüística y no como una comunidad patológica, “dis-capaz” y medicalizada. Al
fin y al cabo, ser reconocida como una minoría lingüística sigue siendo una de
sus mayores reivindicaciones, y no podíamos dejar pasar la ocasión de escuchar
las demandas de la propia comunidad y dejar a un lado las que la sociedad
capacitista –que abre una brecha segregadora entre los cuerpos que considera
capaces y los que considera discapaces- o la comunidad médica creen que tienen.
Esto supone entender la sordera como lo que es, un hecho cultural –como podría
serlo la raza, la tendencia sexual, etc.- y no como una patología o una
discapacidad.
Lo
explica muchísimo mejor que yo Raquel (Lucas) Platero en “Intersecciones:cuerpos y sexualidades en la encrucijada”. Una fantástica compilación de
ensayos breves que ya va por la segunda edición y cuya lectura ha sido clave
para propiciar el encuentro entre “La cabra se echa al monte” y el Centro
Cultural de Personas Sordas de Palencia. Un ensayo imprescindible que
reflexiona, precisamente, a cerca de cómo las diversidades se convierten en
hechos culturales que atraviesan el cuerpo y lo impregnan de lecturas y
dialécticas posibles.
“La
exclusión de las personas cuyos cuerpos funcionan de una manera diferente,
proviene, en el fondo, del hecho de que esos cuerpos no satisfacen los
estándares de productividad y autonomía funcional exigidos por nuestra
sociedad, que ha instituido el trabajo productivo como principal vía de acceso
a la independencia y a la ciudadanía”. El sistema, por su parte, “en lugar de
promocionar su autonomía, se dedica a mantenerlos en un estado de dependencia
física y emocional constante que justifique la existencia y mantenimiento de
dicho sistema”.
Desde
la oportunidad que le ha brindado el proyecto del MUSAC “Del mapa al
territorio”, “La cabra se echa al monte” ha querido, precisamente, cuestionar
los límites y evidenciar la porosidad de éstos, así como establecer alianzas
más que necesarias y, hasta ahora parecía que imposibles, entre colectivos que
trabajan por la diversidad dentro del territorio, ya sea desde una perspectiva
artística o sociocomunitaria.
La
traducción siempre es un viaje y éste ha sido apasionante, además de posible.