miércoles, 20 de junio de 2012

EL PARNASO O NADA

 A raíz de la última e interesante entrada que @eva_uvedoble ha compartido en su blog (y cuya postura comparto en casi toda su totalidad) sobre "arte infantil", dejo aquí algunas reflexiones sobre edad, copia, arte, negocio, y otras viceversas:

Hace unos años, me propuse, con un compañero,, organizar un concurso de microrrelatos en 1º de ESO (12-13 años)con motivo de la semana cultural que se celebraba en el centro, cercana al día del libro. Cuando se lo propuse a Andrés -mi compa-, tenía dudas, y no terminaba de verlo claro. No saben lo que es un microrrelato, me decía, tal vez no se ajusten, tal vez no sepan, quiza...

Superados los temores de no "encajar en el género" (por H o por B, toda la puta vida con el género a cuestas)comenzamos la andadura hacia el microrrelato way. Andrés, más neoclásico, a través de la fábula; yo, más punk, a través del cortometraje.
Estaba claro: igual que el corto era como una peli, pero más corta, el microrrelato era como un cuento en pequeño. Eso me decían lxs chicxs, convencidxs ya de haber comprendido, claro, este nuevo género que yo les estaba presentando y que con tanto entusiasmo, dicho sea de paso, estaban adquiriendo.

El microrrelato, o relato hiperbreve no está en el currículo de 1º de ESO, así que Andrés y yo tuvimos que apretar el resto del temario para poder incluir el microrrelato y dedicarle una semana (4 sesiones) para presentárselo a lxs chicxs, explicarlo, ejercitarlo, etc. No importaba, ellxs respondían, así que merecía la pena.

En la primera sesión, todo el mundo parecía haber entendido lo que era el microrrelato. Estaba claro. Micro-, pequeño, osea que, relato pequeño. Vale. Si cuento por ejemplo, La bella durmiente saltándome pasos, así, más corto de lo normal, ¿es un microrrelato?. Me decían, y yo que no, que no es que tenga que ser más corto que la Bella durmiente, sino que su estructura tiene que ser adaptada a su pequeñez.
Es decir, un bonsái no es un árbol al que le quitamos varias partes (unas cuantas ramas, un trozo de tronco, etc.), sino un árbol ADAPTADO al tamaño miniatura, con su pequeño tronco, sus pequeñas raíces y sus hojas casi diminutas.
La metáfora del bonsái les encantó, y creo que empezaron a entenderlo un poco, porque lo del microrrelato ya no era tan sencillo, sino que había que hacerlo, así dijeron ellos, "a la medida".

Al final de la segunda sesión, ante la insistencia de muchos por escuchar algún ejemplo, apareció el dinosaurio de Augusto Monterroso:

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".

Desde luego, podía haber elegido cualquier otro; de hecho, lo más prudente, desde el punto de vista didáctica, hubiese sido elegir otro, alguno de José María Merino, quizá, o cualquier otro que no fuese tan sincrético, tan complejo, tan estructural, tan intrincado, tan metafórico y tan brevísimo. Pero no me dio la gana. Quería comprobar lo que ya sabía.

Pero... ¿y ya está? pero... eso no es un cuento... pero... ¿y qué pasa con el dinosaurio? ¿se le va a comer? ¿y dónde está?... pues yo creo que no ha acabado... pues vaya cuento, pues no me gusta. Pero... ¿cómo, cómo era? ¿Lo puedes repetir, profe?

Tras ese ejemplo -y algunos más que extraje de una antología- les pedí a todxs que escribieran un par de ellos para el día siguiente. Pues bien, el 70% de sus propuestas tenían la siguiente estructura:

Cuando...+ 1ª o 3ª persona del singular de un verbo en pretérito perfecto simple + un sustantivo (normalmente un animal) + todavía + 3ª persona del singular del pretérito imperfecto de indicativo.

O lo que es lo mismo, un calco del de Monterroso.

La tercera sesión la dedicamos, precisamente, a comprender y reflexionar sobre el hecho de que hacer algo como alguien no es hacer ese algo, sino copiar a ese alguien. Yo no quería que escribieran cuentos como Monterroso (porque estaba claro que ningunx iba a hacerlo mejor que el guatemalteco, ni con su conciencia, dimensión social, política, etc.), sino lo que quería es que, una vez aprendido -esto sí-, asimilado el género del microrrelato, y leído, a modo de ejemplo, algunos de ellos, trataran de crear, no imitar, historias, ficciones que se ajustaran a ese patrón.

A partir de aquí, la cosa cada vez era más difícil, pero claro, también más propia. Porque, lo que empezó siendo una especie de puzzle al que se le cambian las piezas y ya está, terminó siendo un reto que consistí en un folio en blanco y una historia de no más de 15 líneas.

Desde luego, hubo de todo, pero los hubo realmente buenos. Sin embargo, ningunx de sus autorxs tenía conciencia de estar creando literatura. No voy a entrar en si el arte es arte o no en función de la conciencia del artista, pero lo que sí creo es que al arte, como a todo, se llega con la destreza, desde luego, pero también con el aprendizaje. Y no sé cuánto hay de cada cosa, después de lo que el Romanticismo y sus musas nos dejaron como legado. Pero sé que a veces -casi nunca- la literatura no se escribe sola, ni la escribe una sola mano aunque sea unx quien lo firme.

No sé si la edad importa. La verdad. No me atrevo a decir nada. Sólo sé que Rimbaud con 15 y Cervantes con 57. Rimbaud mintiendo al editor de Le Parnase, asegurándole con 15, tener 18, y casi amenazándole con un "o el parnaso o nada". Cervantes con 57 aún sin Quijote, sin Coloquio y sin el Persiles, lamentando la asuncia del don que no quiso darle Dios.

Eso sí, jóvenes o viejos, ambos sabían lo que hacían. Y eso sí que me parece clave para poder hacer literatura.

Todo lo demás no lo sabe el arte, ni su historia, sino las líneas de fuga de los intereses de críticxs, editorxs y analistas, que crean opiniones como dogma y dan tantas veces a Dios lo que es del Cesar que, con ellxs, con ellxs, casi siempre, a derechas es viceversa.

miércoles, 6 de junio de 2012

TODAS PUTAS

Ayer fui a cortarme el pelo. Ray Loriga, que no parece decir gran cosa desde hace tiempo, escribió, hace tiempo, que es bueno cortarse el pelo si no se te ocurre otra cosa mejor que hacer, y yo estoy de acuerdo. Al menos ayer lo estaba, así que por eso decidi hacer una visita a mi peluquero.

Llamé por teléfono para solicitar cita, y a mi llamada respondió la chica -también peluquera, claro- que trabaja con él. Le pregunté si había hueco, me dijo que sí, y me acerqué hasta allí. Cuando llegué, la conversación se sucedió en estos términos:
-Ah, eras tú la que ha llamado ahora -me dice al verme, con cara de agobio amable, de #amagobialidad, vaya-

 -Sí, era yo. Soy yo, de hecho -sonrío-.
-Uy, pues verás, es que C no está (C es mi peluquero)... acaba de salir, y claro, como a las chicas siempre las corto yo el pelo, pues cuando has llamado, como eras una chica... pero claro, no eras una chica, eras tú...vamos, que no eras una chica de las que yo corto el pelo, quiero decir... que a ti te lo corta él... -y casi entra en un bucle infinito de amagobialidad, la pobre, a la que tuve que auxiliar con un, tranquila, te he entendido-. Pero ella, amagobiada aún más por la situación, insistió en llamarlo por teléfono y en cinco minutos, C estaba de vuelta.

Mi peluquero, un tipo bajito, moreno y casi cincuentón, que tiene un corte de pelo punky, una bicicleta y una buena relación con la madre de su hijo, de quien tiene la custodia, es un tipo peculiar, pero un buen tipo, al fin y al cabo. Bastante comprometido con los movimientos sociales -y aun a riesgo de perder gran parte de su clientela (mujeres enganchadas a la mecha y al botox, fundamentalmente, y fieles votantes -o al menos simpatizantes-) de partidos conservadores-, ha compartido conmigo más de una refriega dialéctica nocturna en torno al género, feminismos y demás, y desde entonces lee en mí -o eso al menos eso me parece- a una especie de compañero con tetas con el que puede hablar de hombre lesbiano a hombre lesbiano (o something like that) y confesar ciertas cuestiones que jamás confesaría otras personas.

Cosas como:
-Oye, llevo un tiempo pensando, a ver si tú estás de acuerdo conmigo, algo que, obviamente, no le puedo decir a cualquiera, por no decir que a casi nadie... y es que, ¿no te parece a ti que el 90% de las mujeres son todas unas putas?

Lo que me encantó del asunto es que él no lo decía desde el despecho, ni desde el rencor, ni desde el odio. Ni siquiera desde el descreimiento o la condescendencia, sino más bien desde el asombro, con los ojos de un extranjerx que asiste impávidx a usos y costumbres que le son absolutamente exóticas. Obviamente, le estaba haciendo esa, llamémoslo, confesión, a alguien cuyo género fue diagnosticado al nacer como femenino y que, por tanto, podría verse de algún modo atacadx por tal confesión. Pero el asunto no fue así.
Obviamente, le pedí que matizara, y que explicara qué quería decir exactamente. Y él argumentó que con todo el respeto para las putas, que le parecía que las putas eran más dueñas de sí mismas que muchas de las mujeres que se vestían para los hombres, se subían en los tacones para los hombres y procuraban su belleza, no para sí mismas, sino para el género masculino. Que era una pena, decía él, que cada movimeinto que hacen las mujeres fuese dirigido a gustar a los hombres, para luego comportarse de un modo pueril y mojigato, hasta conseguir casarse con alguno y ya poder vivir de él, o tener un trabajo más bien decorativo.

Me hace refelxionar. Le digo que sí, pero que, obviamente, las mujeres han sido/hemos sido educadxs para eso, para agradar al macho, y le subrayo el hecho de que, del mismo modo, ellos han sido educados para salir, observar el mercado y decidir entre las perras, ésta para mujercita, ésta para amante, esta para felación. Le invito a leer Manifiesto puta,  que precisamente estoy leyendo ahora, y que apunta en esa dirección, pero "entre el trabajo, llegar a casa, bañar al niño"... se me pasa el tiempo. Sonrío. C a veces habla como las putas convertidas en marujas de las que se lamenta, pero lejos de parecerme ruin me parece un claro indicador de cómo el género se retuerce, de cómo todo lo referente a los roles del maldito binomio, del puto binomio, puede reflejarse y, de hecho, se refleja continuamente en los espejos deformantes de la calle de los gatos, ésos que gustaban tanto a Valle Inclán.

Le digo que ya, otro día, seguiremos hablando -más que nada porque, con la conversación, casi me deja como a Kojak, pero me voy a casa pensando que hay mucho -tanto- que repensar en el mundo heterosexual, pero que, obviamente, ésa no es mi guerra. Así que sigo tarareando He visto a la virgen y preguntándome si C será consciente de que dentro de él, también -como él mismo dice- rezuma un macho que se sabe poderoso y que ejerce y proyecta su poder.