Llamé por teléfono para solicitar cita, y a mi llamada respondió la chica -también peluquera, claro- que trabaja con él. Le pregunté si había hueco, me dijo que sí, y me acerqué hasta allí. Cuando llegué, la conversación se sucedió en estos términos:
-Ah, eras tú la que ha llamado ahora -me dice al verme, con cara de agobio amable, de #amagobialidad, vaya-
-Sí, era yo. Soy yo, de hecho -sonrío-.
-Uy, pues verás, es que C no está (C es mi peluquero)... acaba de salir, y claro, como a las chicas siempre las corto yo el pelo, pues cuando has llamado, como eras una chica... pero claro, no eras una chica, eras tú...vamos, que no eras una chica de las que yo corto el pelo, quiero decir... que a ti te lo corta él... -y casi entra en un bucle infinito de amagobialidad, la pobre, a la que tuve que auxiliar con un, tranquila, te he entendido-. Pero ella, amagobiada aún más por la situación, insistió en llamarlo por teléfono y en cinco minutos, C estaba de vuelta.
Mi peluquero, un tipo bajito, moreno y casi cincuentón, que tiene un corte de pelo punky, una bicicleta y una buena relación con la madre de su hijo, de quien tiene la custodia, es un tipo peculiar, pero un buen tipo, al fin y al cabo. Bastante comprometido con los movimientos sociales -y aun a riesgo de perder gran parte de su clientela (mujeres enganchadas a la mecha y al botox, fundamentalmente, y fieles votantes -o al menos simpatizantes-) de partidos conservadores-, ha compartido conmigo más de una refriega dialéctica nocturna en torno al género, feminismos y demás, y desde entonces lee en mí -o eso al menos eso me parece- a una especie de compañero con tetas con el que puede hablar de hombre lesbiano a hombre lesbiano (o something like that) y confesar ciertas cuestiones que jamás confesaría otras personas.
Cosas como:
-Oye, llevo un tiempo pensando, a ver si tú estás de acuerdo conmigo, algo que, obviamente, no le puedo decir a cualquiera, por no decir que a casi nadie... y es que, ¿no te parece a ti que el 90% de las mujeres son todas unas putas?
Lo que me encantó del asunto es que él no lo decía desde el despecho, ni desde el rencor, ni desde el odio. Ni siquiera desde el descreimiento o la condescendencia, sino más bien desde el asombro, con los ojos de un extranjerx que asiste impávidx a usos y costumbres que le son absolutamente exóticas. Obviamente, le estaba haciendo esa, llamémoslo, confesión, a alguien cuyo género fue diagnosticado al nacer como femenino y que, por tanto, podría verse de algún modo atacadx por tal confesión. Pero el asunto no fue así.
Obviamente, le pedí que matizara, y que explicara qué quería decir exactamente. Y él argumentó que con todo el respeto para las putas, que le parecía que las putas eran más dueñas de sí mismas que muchas de las mujeres que se vestían para los hombres, se subían en los tacones para los hombres y procuraban su belleza, no para sí mismas, sino para el género masculino. Que era una pena, decía él, que cada movimeinto que hacen las mujeres fuese dirigido a gustar a los hombres, para luego comportarse de un modo pueril y mojigato, hasta conseguir casarse con alguno y ya poder vivir de él, o tener un trabajo más bien decorativo.
Me hace refelxionar. Le digo que sí, pero que, obviamente, las mujeres han sido/hemos sido educadxs para eso, para agradar al macho, y le subrayo el hecho de que, del mismo modo, ellos han sido educados para salir, observar el mercado y decidir entre las perras, ésta para mujercita, ésta para amante, esta para felación. Le invito a leer Manifiesto puta, que precisamente estoy leyendo ahora, y que apunta en esa dirección, pero "entre el trabajo, llegar a casa, bañar al niño"... se me pasa el tiempo. Sonrío. C a veces habla como las putas convertidas en marujas de las que se lamenta, pero lejos de parecerme ruin me parece un claro indicador de cómo el género se retuerce, de cómo todo lo referente a los roles del maldito binomio, del puto binomio, puede reflejarse y, de hecho, se refleja continuamente en los espejos deformantes de la calle de los gatos, ésos que gustaban tanto a Valle Inclán.
Me encantan los #amagobialidades, son muy tiernos :P Ayer estaba viendo un capítulo de la serie HIMYM, y un personaje, la stripper a la que juzgan muchxs de puta, le dice a su chico que no dejaría su trabajo por un puesto en un banco: "la gente que trabaja en un banco son unas putas, hacen cualquier cosa por dinero; cuando yo estoy bailando encerrada en la noche de la jaula, sé que la jaula es de cartón, y puedo salir cuando quiera". Hay que redefinir puta, supongo.
ResponderEliminarA mí lo que me asombra es que ellos mismos se asombren de lo que supuestamente tras años y años de dominio heteropatriarcal han hecho de muchas de nosotras. Algunos siempre se harán de nuevas. Es decir,ese juego de vestirse para ellos y ponerse tacones pensando en ellos y luego hacerse las mojigatas también para ellos no es un invento casual femenino. De todo nos hacen creer que tenemos la culpa y asi nos hacen construirnos como víctimas, sobre todo de nosotras mismas. Por supuesto que dentro de él rezuma un macho y rezuma sobre todo el saberse por encima de todo eso, con gafas de observador modernillo.
ResponderEliminarEs dramáticamente cierto lo que dice la señora Eva Uvedoble. Nos educan para ser monas y agradar a los hombres. No por nada nos hacen agujeros en las orejas para ponernos un brillantito nada más nacer... Y luego somos unas putas. Manda narices. Sin embargo creo que, en el fondo, ellos hacen lo mismo. Todo el mundo quiere sentirse bien, agadar a los otros y a nosot@s mism@s. No veo que esto sea necesariamente malo. El problema este, como muy bien dices, puto binomio heterocéntrico y patriarcal que nos dice que nosotras somos las putas que debemos estar listas para ser escogidas (con todo mi respeto hacia toda persona que se ejerce tal oficio). Habla una que lleva tacones e incluso - voy a confesar - se pone unos bastante altos para andar sola por la casa, sólo para mi misma, sólo yo y el traqueteo de mis pies... ;)
ResponderEliminarCreo que, como bien dice Loreto, la clave está en la redefinición del concepto "puta". Bueno, de ése, y de tantos otros, la verdad. Y sí, Eva, dentro de él rezuma un macho, pero es que dentro de mí también... quizá debiera preocuparme, o redefinir también macho, no lo tengo claro... Y Marina, claro, todxs queremos agradar, el problema, estamos de acuerdo, está en que ese deseo de agradar pase por el aro en llamas, por la trampa envenenada del binomio de género...
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