El17 de Mayo, se celebró el Día Internacional
contra la LGTBfobia y, por primera vez, la bandera del arcoíris, la de los
cuerpos y sexualidades diversas, ondeó en la ciudad de Palencia. La recién
creada plataforma Chiguitxs Lgtb+ nace con la intención de dar visibilidad, voz
y empoderamiento a un colectivo ninguneado sistemáticamente en esta provincia
–la cuarta por la cola en matrimonios no heterosexuales de España- que asiste
por primera vez a la existencia de una plataforma de estas características y
que en su brevísima andadura (menos de un mes), ha logrado ya tres cosas:
-Que el Ayuntamiento de la ciudad
apruebe por unanimidad una declaración institucional contra la homofobia,
manifestando su compromiso con la comunidad lgtb+ de la ciudad (Una propuesta
que se llevó también a la Diputación a otros 17 Ayuntamientos de la provincia).
-Que la bandera del arcoíris ondee en una de las
fachadas del Consistorio, gracias al grupo municipal de Izquierda Unida, que ha
decidido colgarla de su balconada, ante el rechazo mostrado por el equipo de
Gobierno a izar la bandera de un modo oficial desde el propio
Ayuntamiento.
-Que se genere en la ciudad y en la provincia una
cohesión entre las personas pertenecientes al colectivo LGTB+ lo
suficientemente poderosa como para lograr los dos puntos anteriores y salir, el
mismo 17 de mayo, a celebrarlo con un Brunch transmaricabollo al parque Isla
Dos Aguas.
Ha
pasado casi un cuarto de siglo desde aquel 17 de Mayo de 1990 en el que, por
fin, la homosexualidad salió de los manuales de diagnóstico psiquiátrico y dejó
de ser considerada una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud, y
aunque en muchos lugares el progreso ha sido grande y se han dado pasos firmes
hacia la inclusión de los cuerpos y las familias diversas, lo cierto es que
todavía hoy, mientras escribo estas líneas, 77 países del mundo, repito, 77
países de todo el planeta, ahí es nada, siguen considerando la homosexualidad
como una enfermedad, y en la mitad de ellos, yo no sólo no podría escribir lo
que ahora escribo, esto que ahora lees, sino que mi voz sería silenciada casi
al instante, mi cuerpo torturado y mi vida, finalmente, arrebatada. Porque, a
fin de cuentas, si bien ya no somos enfermxs, seguimos, qué demonios, siendo
peligrosxs.
Podemos
creer que vivimos en un país civilizado en el que, por ejemplo, no se realizan
amputaciones genitales, pero lo cierto es que éstas se practican casi a diario
para hacer encajar, a través de verdaderas mutilaciones, los cuerpos diversos
intersex en uno u otro género.
Podemos
pensar que nuestra legislación es verdaderamente inclusiva en relación a los
derechos de las personas LGTBQ, pero la verdad es que nuestros derechos
reproductivos están seriamente mermados respecto a los de los cuerpos
identitaria y sexualmente hegemónicos. Porque no existe la presunción de maternidad/paternidad
para hijxs de miembros de parejas no heterosexuales, y porque los cuerpos
lesbianos y/o trans se han quedado sin derecho a la fecundación asistida.
Podemos
considerar que una vez conseguidos logros legales como el matrimonio
homosexual, ya no quedan en este país más que apenas restos de homofobia, pero
lo cierto es que el 45% de la comunidad LGTB adolescente ha intentado
suicidarse alguna vez. No por ser bollera, o trans, o maricón, sino por vivir
en una sociedad obscenamente enferma, que trata de convencerles de que sus
cuerpos son todavía carne de diagnóstico. En un país en el que buena parte del
profesorado no está familiarizado ni conoce la realidad LGTB y difícilmente
puede, por tanto, hacer bien su trabajo de escucha, apoyo y referencia para con
les alumnes diverses.
Podemos
asegurar que en verdad hemos salido de los manuales de diagnóstico, pero si
somos sinceres, no nos queda más remedio que ver cómo todavía se siguen
patologizando los cuerpos trans, y se les/nos sigue sometiendo a verdaderos
expolios somáticos y periplos disciplinarios para hacerles/nos encajar, de
nuevo, en uno de los dos géneros. Como si sólo hubiese dos, como si fuesen los
únicos que existen o como si, en verdad, esos dos estamentos en los que parece
haberse dividido el mundo y sus esferas estructurales fuesen, al cabo, reales.
Podemos
señalar que las victorias han sido muchas de unos años a esta parte, pero a la
infancia LGTB se la sigue diagnosticando como antes de 1990, porque nuestros
cuerpos siguen siendo considerados sexual e identitariamente diferentes a la
norma en tanto que sexuados, y se sigue sin entender a la infancia como tal,
como si el Código Civil y la Seguridad Social nos hiciesen entrega de nuestra
sexualidad “rarita” –pero sexualidad, al cabo- el día que cumplimos los 18.
Podemos
creer que vivimos buenos tiempos para la lírica transmaricabollo, pero lo
cierto es que no tengo ni un sólo amigue transma alx que no hayan insultado,
agredido, invisibilizado, excluido, ridiculizado, infantilizado o despreciado
por serlo. Algunes tienen una edad, es cierto, pero muches otres nacieron
después del ’90. Después del año en que dejaron de ser enfermes.
Podemos
asumir que la guerra está ganada pero ayer, cuando al brunch transmaricabollo
que celebramos en Isla Dos Aguas vinieron los medios, no fueron poques les que
no quisieron salir en la foto. Porque el miedo a que lo sepan en el trabajo, en
la familia, en el entorno, y la homofobia grabada a fuego, a golpe de hegemonía
cultural heteropatriarcal, todavía es más grande que muchos armarios.
Por eso, la homofobia, en realidad, no sólo es odiar
la diversidad afectivo sexual, sino también –y sobre todo- no amarla. Ya lo
dice Virginie Despentes:
Cuando me presento en público con Beatriz (Preciado), sé
que nos defendemos y somos más fuertes por el simple hecho de ser dos,
presentamos un modo de supervivencia emocional y económica fuera de la
heterosexualidad. (…) Al final, amar es siempre un esfuerzo, un riesgo vital,
pero odiar es la fuerza propia del capitalismo, el impulso más fácil, caótico y
natural, el más destructivo, que puede conducir al éxito o al poder, pero que
nunca te llevará muy lejos en términos de subversión. Quizás la utopía del amor
sea lo único que justifique hacer política, arte o escritura.