lunes, 19 de mayo de 2014

LA UTOPÍA DEL AMOR (o cómo sobrevivir fuera de la heterosexualidad)

El17 de Mayo, se celebró el Día Internacional contra la LGTBfobia y, por primera vez, la bandera del arcoíris, la de los cuerpos y sexualidades diversas, ondeó en la ciudad de Palencia. La recién creada plataforma Chiguitxs Lgtb+ nace con la intención de dar visibilidad, voz y empoderamiento a un colectivo ninguneado sistemáticamente en esta provincia –la cuarta por la cola en matrimonios no heterosexuales de España- que asiste por primera vez a la existencia de una plataforma de estas características y que en su brevísima andadura (menos de un mes), ha logrado ya tres cosas:

-Que el Ayuntamiento de la ciudad apruebe por unanimidad una declaración institucional contra la homofobia, manifestando su compromiso con la comunidad lgtb+ de la ciudad (Una propuesta que se llevó también a la Diputación a otros 17 Ayuntamientos de la provincia).

-Que la bandera del arcoíris ondee en una de las fachadas del Consistorio, gracias al grupo municipal de Izquierda Unida, que ha decidido colgarla de su balconada, ante el rechazo mostrado por el equipo de Gobierno a izar la bandera de un modo oficial desde el propio Ayuntamiento. 

-Que se genere en la ciudad y en la provincia una cohesión entre las personas pertenecientes al colectivo LGTB+ lo suficientemente poderosa como para lograr los dos puntos anteriores y salir, el mismo 17 de mayo, a celebrarlo con un Brunch transmaricabollo al parque Isla Dos Aguas.

                Ha pasado casi un cuarto de siglo desde aquel 17 de Mayo de 1990 en el que, por fin, la homosexualidad salió de los manuales de diagnóstico psiquiátrico y dejó de ser considerada una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud, y aunque en muchos lugares el progreso ha sido grande y se han dado pasos firmes hacia la inclusión de los cuerpos y las familias diversas, lo cierto es que todavía hoy, mientras escribo estas líneas, 77 países del mundo, repito, 77 países de todo el planeta, ahí es nada, siguen considerando la homosexualidad como una enfermedad, y en la mitad de ellos, yo no sólo no podría escribir lo que ahora escribo, esto que ahora lees, sino que mi voz sería silenciada casi al instante, mi cuerpo torturado y mi vida, finalmente, arrebatada. Porque, a fin de cuentas, si bien ya no somos enfermxs, seguimos, qué demonios, siendo peligrosxs.  
                Podemos creer que vivimos en un país civilizado en el que, por ejemplo, no se realizan amputaciones genitales, pero lo cierto es que éstas se practican casi a diario para hacer encajar, a través de verdaderas mutilaciones, los cuerpos diversos intersex en uno u otro género.
                Podemos pensar que nuestra legislación es verdaderamente inclusiva en relación a los derechos de las personas LGTBQ, pero la verdad es que nuestros derechos reproductivos están seriamente mermados respecto a los de los cuerpos identitaria y sexualmente hegemónicos. Porque no existe la presunción de maternidad/paternidad para hijxs de miembros de parejas no heterosexuales, y porque los cuerpos lesbianos y/o trans se han quedado sin derecho a la fecundación asistida.
                Podemos considerar que una vez conseguidos logros legales como el matrimonio homosexual, ya no quedan en este país más que apenas restos de homofobia, pero lo cierto es que el 45% de la comunidad LGTB adolescente ha intentado suicidarse alguna vez. No por ser bollera, o trans, o maricón, sino por vivir en una sociedad obscenamente enferma, que trata de convencerles de que sus cuerpos son todavía carne de diagnóstico. En un país en el que buena parte del profesorado no está familiarizado ni conoce la realidad LGTB y difícilmente puede, por tanto, hacer bien su trabajo de escucha, apoyo y referencia para con les alumnes diverses.
                Podemos asegurar que en verdad hemos salido de los manuales de diagnóstico, pero si somos sinceres, no nos queda más remedio que ver cómo todavía se siguen patologizando los cuerpos trans, y se les/nos sigue sometiendo a verdaderos expolios somáticos y periplos disciplinarios para hacerles/nos encajar, de nuevo, en uno de los dos géneros. Como si sólo hubiese dos, como si fuesen los únicos que existen o como si, en verdad, esos dos estamentos en los que parece haberse dividido el mundo y sus esferas estructurales fuesen, al cabo, reales.
                Podemos señalar que las victorias han sido muchas de unos años a esta parte, pero a la infancia LGTB se la sigue diagnosticando como antes de 1990, porque nuestros cuerpos siguen siendo considerados sexual e identitariamente diferentes a la norma en tanto que sexuados, y se sigue sin entender a la infancia como tal, como si el Código Civil y la Seguridad Social nos hiciesen entrega de nuestra sexualidad “rarita” –pero sexualidad, al cabo- el día que cumplimos los 18.
                Podemos creer que vivimos buenos tiempos para la lírica transmaricabollo, pero lo cierto es que no tengo ni un sólo amigue transma alx que no hayan insultado, agredido, invisibilizado, excluido, ridiculizado, infantilizado o despreciado por serlo. Algunes tienen una edad, es cierto, pero muches otres nacieron después del ’90. Después del año en que dejaron de ser enfermes.

                Podemos asumir que la guerra está ganada pero ayer, cuando al brunch transmaricabollo que celebramos en Isla Dos Aguas vinieron los medios, no fueron poques les que no quisieron salir en la foto. Porque el miedo a que lo sepan en el trabajo, en la familia, en el entorno, y la homofobia grabada a fuego, a golpe de hegemonía cultural heteropatriarcal, todavía es más grande que muchos armarios.



                Por eso, la homofobia, en realidad, no sólo es odiar la diversidad afectivo sexual, sino también –y sobre todo- no amarla. Ya lo dice Virginie Despentes:


                Cuando me presento en público con Beatriz (Preciado), sé que nos defendemos y somos más fuertes por el simple hecho de ser dos, presentamos un modo de supervivencia emocional y económica fuera de la heterosexualidad. (…) Al final, amar es siempre un esfuerzo, un riesgo vital, pero odiar es la fuerza propia del capitalismo, el impulso más fácil, caótico y natural, el más destructivo, que puede conducir al éxito o al poder, pero que nunca te llevará muy lejos en términos de subversión. Quizás la utopía del amor sea lo único que justifique hacer política, arte o escritura.

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