Peter I, 1999, por Tina Fiveash (2008) |
El viernes, mi amor y yo intentamos visitar, sin éxito (digo sin éxito porque el tiempo se nos fue y llegamos ya a puerta cerrada), esta exposición sobre ballets rusos y su influencia en el art dèco. A mí el art dèco me llama casi tanto la atención como los ballets rusos, pero el amor podría ponerme a estudiar la teoría de las cuerdas y estarle, además, agradecidx por ello. El amor es así. Te lleva lejos de tí mismx, acercándote a un tú, en cuya boca se dibuja una sonrisa más amplia que la tuya. Quizá también más idiota, pero eso es otra historia. El caso es que salimos de la imposibilidad de entrar con el entusiasmo de quien está enamoradx, ya digo, y decidimos entregarle a la tarde de una ciudad que no era la nuestra, lo que nos habían robado -como siempre- los horarios institucionales. Y al rodear el edificio por una zona peatonal del casco histórico de Salamanca, de ésas que desdibujan los contornos de las aceras y el asfalto, para que lxs conductrxs no circulen más allá de los 20Km/h propios de las zonas históricas, histéricas de las ciudades, un Audi A6 nos despeinó el amor a no menos, calculo yo, de 60Km/h, mientras de dentro salían voces recién testosteronadas -más por los años que por la vida- de veinteañeros hijos de la PAC y el encofrado de finales de los '90 cuando -como ahora-, la ignorancia garrulera no era nada al lado de la crisis del Real Madrid. Educados en el género, sobre todo y por encima de todo, porque sí, porque Dios lo manda; alenccionados en la creencia de que, para un hombre ser amable es imponerse y ser educado es violar el espacio de las mujeres, el silencio de las mujeres, el tiempo de las mujeres. Las mujeres. Otra vez a vueltas con lo mismo. Y los hombres. Los mujeres y las hombres. Las mujeros y los hombras. Lxs X y lxs X.
El Audi A6 bajó las ventanillas, yo diría que las cuatro, y sobre el último perreo remezclado por algún chulo latino que todavía siga en el clóset -como ellxs dicen- sonaron "Hola guapas" y "Ey chicas", mientras cabezas rasuradas y peinadas sobre todo, y por encima de todo, en el género, como dios manda, salían por las ventanillas y gesticulaban hacia nosotrxs, invadiendo nuestro, tiempo, nuestro espacio, nuestra conversación y nuestra fiesta. Pensé que no lo oirían, dada la velocidad a la que pasó el coche, casi rozándonos los abrigos, pero me esforcé para que no fuera así, y un "que os den por el culo" acompañado de su gesto correspondiente, salieron de mi boca -también testosteronada- y de mi mano izquierda, al tiempo que mi cuerpo se inclinaba hacia adelante y mi cabeza desafiaba como si fuese la cabeza de un cuerpo que no era el suyo, sino el de alguien que ha sido educado para invadir, colonizar, atrincherar y ocupar los espacios de lxs otrxs.
En realidad no quise, lo digo de verdad, que se sintieran más ofendidos que conocedores de que lo que estaban haciendo era no ya innecesario, sino violento, y que si ellos se sentían con derecho a vilentarnos a mi pareja y a mí, podrían entender que yo también me tomara como propio ese derecho y les aconsejara hacer las paces con sus culos, esos grandes desconocidos de los hombres educados en el género, de los hombrecillos de culo prieto del "como dios manda" que nunca, desgraciados, descubrirán el placer que les niegan a sus próstatas. La reacción fue inmedianta y, al tiempo que aceleraban para salir a una avenida, pudimos oir cómo, sobre el siguiente feat reguetoniano de Pitbull, un "¡travesti!" retumbó en la noche salmantina como una promesa.
Es curioso cómo se utilizan las palabras. Las cosas que hacemos con ellas. Ni que decir tiene que "¡travesti!" era lo más parecido a un piropo que ellos podían dedicar a alguien como yo. Ellos, los hijos del como dios manda, los de todo por la patria y por el género, los de esto para qué sirve, los de "me echaron de tres IES, no titulé en la ESO, creo que Boticelli es una discoteca nueva y estoy ogulloso de ello", los que conducen un coche que yo no podría pagar ni en sueños, tienen a bien llamarme gritarme travesti desde sus asientos de cuero, mientras aceleran y queman rueda como ha de hacerlo un machote, como dios manda.
Si he de ser sincerx, travesti me supo a poco, la verdad, y sí que eché en falta su "bollera", su "bujarrón", su "marimacho", o su siempre clásico "camionera", pero qué queréis, tuve que conformarme con el travestismo.
Ni que decir tiene que Pitbull siguió sonando en su A6 y nada cambió en ellos, pero por un momento, los instigadores se convirtieron en instigados, los cosificadores se volvieron cosa y los invasores devinieron colonia. Y claro, no hay otra manera de defenderse, para quien ha sido educado bajo el yugo del género, que atacar con lo que, para ellos es el agravio mayor, señalarle alx otrx como sujeto de un género que no le corresponde. Infelices. No saben que el culo del que huyen lo llevan pegado a la espalda, al final de esas espaldas suyas de "como manda dios", y la sombra de su ligera apertura los perseguirá para siempre.
Palabra de travesti.
Se puede decir más alto pero imposible hacerlo más claro. Olé, como siempre, a tu valentía y arrojo.
ResponderEliminarSelección natural... Tarde o temprano ellos mismos se autoextinguirán estampando el coche contra un muro o quizás contra otro travesti.
ResponderEliminarMe da vergüenza que eso haya podido pasar en mi ciudad. Es mejor hacer oidos sordos, dan verdadera pena.
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