sábado, 19 de enero de 2013

Un poema con la palabra Rimbaud


[Si escucháis este soundtrack en forma de vídeo al tiempo que leeis, todo se acercará un poco más al poema que aún no he podido escribir, y gracias a la música de Stendhal Syndrome, vosotrxs creréis que yo he hecho las cosas mejor de lo que podría haberlas hecho.]


Hace mucho tiempo que no escribo una entrada en este blog. Podría decir que hace mucho tiempo que no escribo nada, pero sería mentira. En esta última semana escribí un artículo por encargo y un poema con la palabra Rimbaud incluida en el título. Puede que el poema no fuese gran cosa, pero su título era prodigioso. 

Hace mucho tiempo que no escribo una entrada en este blog. Podría decir que hace mucho tiempo que no tengo nada que decir, pero sería mentira. En esta última semana, he cerrado dos poemarios completos y avanzado notablemente un tercero. Además he estado en China, y en la muerte, y en el destierro. En el destierro también. China y la muerte son un poco la misma cosa. El sábado estuve en Burgos, y en Pekín a un tiempo, mientras estaba ajenx a todo esto. En Burgos y en Pekín a un tiempo mientras mi abuela -que era un poco más bien como mi madre- moría y mi madre -que era un poco, más bien, como cualquiera- me telefoneaba desde el fondo de un personaje de Kundera. 
Mi amiga M dice que en Burgos siempre late el corazón, pero no es verdad. En Burgos siempre se pierde algo. En Burgos siempre -Rodrigo Díaz lo sabe- se cierran todas las ventanas y las noches llevan cartas 
con severas prevenciones y fuertemente selladas. Siempre hay niñas de nueve años, es cierto. Siempre hay cierta clase de amor pugnando por deshacer el frío bajo el hielo, pero los caminos que se abren no son muy transitables, porque la nieve sucia de lxs que tienen miedo va quedando amontonada en las cunetas de la noche y todo empieza a adquirir un aspecto ligeramente caduco y siniestro. Aún así, M tiene razón en una cosa: aunque no prometas mil misas al altar de la virgen, la ciudad siempre está dispuesta para tu regreso porque allí, esto es un hecho, nunca se gana la primera vez, pero siempre se gana algo.

Aun así, como decía, el sábado, en Burgos, China y la muerte. Como decía, Ping Pang Qiu y tres llamadas perdidas. Angélica Liddell y tres llamadas perdidas. El amor roto por aquello que se ha roto, que se rompió por amor, y tres llamadas perdidas e insurrectas vibrando en mi bolsillo, quemando en mi bolsillo como patatas calientes. El teatro y la muerte son la misma cosa. A veces, la misma cosa. El teatro y la muerte. China y la muerte. El destierro y Burgos. Ideogramas y voces, palabras que explotan, que desenfundan y disparan y las voces, el fuego, los discursos a tres manos, los números impares y los besos, también, a veces, necesarios como los víveres. Me gustó todo eso, y más. Las perras en escena, tantas perras -las perras siempre acaban por gustarme, de un modo u otro-, la tensión que se crea entre la rabia y la gestión de la rabia, entre el hedonismo y la disciplina, entre la entrega y el desprecio, entre el dolor y el bálsamo. 

Eso y más. Toda la noche. Muchas cosas. El teatro y la muerte. Su nombre -el de mi abuela-, asturiano como las cosas pequeñas y tristes, como ella, pequeña y tomada como una casa de Cortázar, y Angélica Liddell, mínima, también, pequeña y empañada como se empañan las cosas en La Corredoria. 
La realidad y el deseo. Cernuda y los muchachos. La ficción y el dolor. Muchas cosas.

El fuego y la arena, los elementos, la revolución que se comprende -y sólo se comprende- desde la libertad creadora. Porque Bakunin, porque "la libertad de los demás extiende la mía hasta el infinito". Porque Ortega, porque "donde quiera que las jóvenes musas se presentan, las masas las cocean". Porque la revolución que es contrarrevolucionaria, porque todas las voces del pasado son las palabras con las que la vanguardia resulta indescifrable para los oídos presentes. Muerte y teatro. Teatro y muerte. Tres llamadas perdidas y nuestras vidas son los ríos mientras Liddell es cada vez más Houellebecq y yo soy cada vez más Houellebecq, porque hay días en los que Houellebecq es todas las cosas de este mundo. Porque hay días en los que todxs necesitamos un whisky antes de comer, porque "los taxis son unos cabrones que no se paran aunque unx reviente"; porque "lxs hijxs somos la trampa que se cierra, lx enemigx al que hay que seguir manteniendo y que les va a sobrevivir"; porque "llega un momento en la vida de unx en el que busca un nuevo paradigma: no solamente otra manera de ver el mundo, sino otra manera de situarse con respecto a él"; porque todxs somos un "cambio menor". 

Quería hacer un poema con todo esto. Quería hacer un poema pero cómo podría. Un poema digno, un poema discreto, un poema que, aunque no llevase a Rimbaud en el título fuese, al cabo, un poema de amor, un poema homenaje, una especie de elegía errática que trajese a la memoria y de la mano, la ausencia y la ficción -Ramos y Liddell-, la oquedad de la presencia y la inefabilidad de lo real -Liddell y Ramos-, el bálsamo herido del punto de fusión del teatro y la muerte. Premio Nacional de Teatro y 87 años llenos de cosas que pasan. Que han pasado. Quería hacer un poema. Quería hacer un poema, ya digo, pero cómo. Quería ser un poco Huidobro. Quería parir Altazor. Escribir que "nací a los 33 años el día de la muerte de Cristo". Quería ser un poco Juan Ramón y escribir Espacio. Escribir Espacio y decir algo sobre "el idioma, ¡qué confusión!, qué cosas nos decimos sin saber lo que nos decimos. Amor, amor, amor (lo cantó Yeats), amor en el lugar del escremento”. Quería ser un poco Ginsberg (bueno, en realidad Ginsberg quería ser bastante) y hacer una confesión en forma de aullido, escribir Howl y empezar diciendo "I saw the best minds of my generation destroyed by madness". Algo así quería hacer con todo esto. Un poema como esos. Pero, joder, cómo podría. Aunque no llevase a Rimbaud en el título y no dijese nada de Being Beauteous.

Después el tanatorio y mujeres amenorréicas besando mi cara. Mujeres amenorréicas a las que no conozco, mujeres amenorréicas que se saben mi nombre, y dicen, ¡oh, dios, vaya! y cosas por el estilo, y huelen a maquillaje en crema, a colonia de imitación y a tabaco frío. Estoy cansadx, estoy sentadx, estoy de pie. Tengo un virus haciendo de mi cuerpo un campo de batalla, una muerte y un destierro haciendo de mi cuerpo un campo de batalla, y un poema que no se quiere dejar escribir. Soy todos los poemas no escritos de este mundo mientras mis tripas se retuercen, pero ahora cambiaría todos los poemas no escritos -y los escritos también- por una buena taza de té caliente y un abrazo en condiciones. Me los bebo, los dos. El abrazo y el té. Con limón. El abrazo y el té, y me acuerdo de María Llopis, y de aquella entrada en el blog de María Llopis, y me acuerdo de mi padre. También me acuerdo de él, claro, y de su muerte, y de cómo entonces los cuerpos amenorréicos también se acercaban a mí sabiéndose mi nombre, oliendo del mismo modo y diciendo las mismas cosas. ¡oh, dios, vaya! Añadiendo un ¿estás aquí ahora? que lejos de ser ontológico es estúpido. No vas a poder reconfortarme, queridx, no así. No me conoces de nada, y tu torpeza indiscreta me dice que así va a seguir siendo.

Escribir un poema enorme. Cómo podría. Me vienen un par de versos que ya he olvidado y se me cruzan imágenes de Liddell sobre el escenario con otras del último día que la vi, a mi abuela digo, apenas un día. La última fotografía que le hice, que nos hicimos, con mi móvil, se funde con la imagen de las protestas de la plaza Tian'anmen. Los pequeños cuerpos frente a los poder fácticos. En mi foto y en el escenario. Los pequeños cuerpos peleando, pequeños y tristes, todas las cosas inconmensurables. En el escenario, y en mi foto. Este fin de semana no era para tener a la muerte cerca. Ni para el teatro tampoco. Este fin de semana era para viajar a Granada -Granada, su Granada, la de Federico, digo- y dejarse llenar de Ladyfest. Este fin de semana don't tag era para Coco Riot, Madeleine, Scooby Dub y todos los Good save the queer que han hecho posible esa genderfucker. Este finde de semana era para mear, de pie y sentadx, en todos los retretes de este mundo, y hablar de literatura queer y dejarse 'queerer' por la Alhambra y do it yourself todo el rato. Era para la acción, no para la muerte en escena, ni para los poemas que no habrán, nunca de escribirse. No para hacer esta entrada, ni para el coche en el taller -reparación nimia pero premonitoria como una novela de Ray Bradbury-. No para abrazar a mi hermano, no para que mi amor me abrace y llorar en medio de la noche. No para el teatro y la muerte. No para el teatro de la muerte. No para la muerte del/en/al/por/entre/sin/durante el teatro. No para haber deseado escribir un poema mejor o acordarme de aquella frase de Loriga: "al final, la vida siempre te ofrece un trato".

Hace mucho tiempo que no escribo una entrada en este blog. Podría decir que hace mucho tiempo que no escribo nada, pero sería mentira. En esta última semana escribí un artículo por encargo y un poema con la palabra Rimbaud incluida en el título. Puede que el poema no fuese gran cosa, pero su título era prodigioso.

2 comentarios:

  1. Tu mas que nadie, sabes que este texto sabe a poesía.

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  2. Le perdonamos todas las ausencias siempre y cuando prometa volver...

    Marina

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