El próximo
viernes, usted apagará el despertador murmurando entre dientes algo confuso e
inofensivo, pero lo suficientemente embarazoso como para no ser reproducido
aquí; se aseará, se vestirá, desayunará a toda prisa mientras oye con fastidio
el pitido de las señales horarias, se pondrá el abrigo –tenga por cuenta que el
21 de diciembre, aunque se acabe el mundo, hará el suficiente frío como para
que no escatime usted en prendas de abrigo y el Apocalipsis no le pille con un
gabán de entretiempo- y saldrá por la puerta con la premura de quien lleva el
reloj atrasado, además del sueño y las facturas. Sonreirá, eso sí, probablemente
no mucho, pero sin duda algo más que el martes, porque los martes son siempre
días tristes regidos por un dios insoportable, y celebrará el principio del fin
–del fin de semana, claro- tarareando bajito esa canción que de pronto suena en
la radio de camino al trabajo.
La jornada irá transcurriendo
sin mayores contratiempos y quizá a media mañana, su compañera haga alguna
broma a cerca de la caducidad del mundo y la profecía Maya, y usted recuerde de
pronto que ése es el día en que todo se acaba, aunque no vuelva a darle
importancia al final de los tiempos hasta pasadas las siete, cuando de vuelta a
casa escuche en alguna de esas tertulias radiofónicas, hacer chanza al respecto
a algún tertuliano condescendiente y capcioso, encantado de haberse conocido.
Después hola qué tal, si le espera alguien en casa; y la cena y la tele o si
hay suerte el amor y entre las sábanas, a salvo ya de pronósticos
apocalípticos, pulsará el interruptor de la luz de la mesilla y todo será
oscuro.
¿Que mañana se hará la luz? Pues
muy probablemente; pero mientras tanto, los Mayas y el recuerdo del amor –si ha
habido fortuna- en la noche sombría. Al menos hasta que la luz se haga y
alguien venga a refundar el mundo.
Y es que los Mayas no eran
tontos. Quiero decir que, últimamente, se está hablando mucho a cerca de las
siete profecías Mayas, sobre todo de ésa que parece señalar que el próximo
viernes, el veintiuno de diciembre del año 2012, el mundo se acabará, pero la
verdad es que los Mayas no decían las cosas por decir. No me interpreten mal,
evidentemente no estoy diciendo que el próximo viernes el cielo y la tierra se
abran a nuestros pies y de pronto el Armagedón y de pronto el Apocalipsis y de
pronto una película de Spielberg pero de verdad, de esas en las que tú eres el
protagonista; una peli de verdad, de esas en las que todo, pero todo
absolutamente, incluida tú y lo que te circunda, se va a la mierda. Incluso
todo aquello que seas capaz de imaginar, o recordar, o qué se yo. De pronto el
Big Crunch y el The end de todas las cosas de este mundo, mismo mundo incluido.
Pero no. No se hagan ilusiones.
El Gran Colapso no llegará
–seguramente- antes de la Navidad, y al día 21 de diciembre del año 2012 le
sucederá casi seguro el día 22 del mismo mes y año, fecha en la que muy
probablemente vuelva a no tocarle la lotería, tan sólo la devolución de lo
jugado en ésa participación que le compró a su jefe por compromiso y que ahora
le da vergüenza cobrar, porque son tan sólo seis euros, de los que uno dona a
la Cofradía ésa a la que él pertenece y que a usted le resulta más que
antipática. No quiero yo robarle las ilusiones del fin de la tierra, ésa es la
verdad, pero muy probablemente, al 22 le sucederá el 23, predicción mediante, y
a éste el 24, fecha en la que el Armagedón predicho por el pueblo mesoamericano
no le librará tampoco –una lástima- de tener que lidiar a un tiempo con su
madre y su cuñado, todos juntos a la mesa y bien revueltos, mientras trincha el
pavo y piensa que ojalá los Mayas y Spielberg y la noche. Mientras mastica un
polvorón pastoso y musita para sí que ojalá el amor entre las sábanas.
Asúmalo. Las predicciones Mayas
no van a llegar a tiempo. Habrá retrasos y cancelaciones, como en las compañías
aéreas y los viajes transoceánicos, y no vendrá nadie a devolvernos el pasaje,
las esperanzas puestas en el fin de los días. Si la curiosidad nos mueve y
tenemos cuenta en twitter, preguntaremos a la NASA, como otras 5000 personas
que en las últimas semanas les han consultado sobre el asunto, el de las
predicciones Mayas sobre el fin del mundo, y la NASA nos responderá con un brevísimo
mensaje tipo, asegurando que se trata de una mala interpretación de su
calendario, y que los Mayas hablaban más bien de un cambio de ciclo.
La respuesta tal vez nos calme
un poco, pero los días se sucederán tercos sin que nada ocurra, más allá de las
luces ostentosas que preñan la ciudad de espejismos nocturnos, que seguirán
encendidas después del día 21. La predicción maya no remediará tampoco el
talante rancio, posguerril y beato de este ayuntamiento nuestro, que desarrolla
un programa para estas fechas bajo el título “El espíritu de la Navidad en
familia” (en realidad dirigido, básicamente a la infancia) y que depende
–agárrense- de la Concejalía de la Mujer, porque como todo el mundo sabe, la
mujer ha de estar vinculada a la familia de manera indisoluble, ya que su meta
en la vida es ser una adorable esposa y madre, además de santa y virgen y
celosa de su casa y de los suyos. Y es justo por eso que necesitamos una
Concejalía de la mujer, claro, no para empoderarla, no para librarla de la losa
social familia-matrimonio-hijos-hogar-ninguneo-asesinato-cositasdeellas,
no. Necesitamos una Concejalía de la Mujer para seguir reforzando con dinero
público, esos roles sexistas, conservadores y mentecatos, mientras lo
disfrazamos todo de “bonito” y “adorable” con casitas de luz y color. Bueno,
para eso, y para echar de menos a los Mayas. Eso también.
(Artículo publicado el 16/12/12 en El Norte de Castilla, edición Palencia)
El soundtrack, no podía ser otro:
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