jueves, 20 de diciembre de 2012

Los Mayas en familia


El próximo viernes, usted apagará el despertador murmurando entre dientes algo confuso e inofensivo, pero lo suficientemente embarazoso como para no ser reproducido aquí; se aseará, se vestirá, desayunará a toda prisa mientras oye con fastidio el pitido de las señales horarias, se pondrá el abrigo –tenga por cuenta que el 21 de diciembre, aunque se acabe el mundo, hará el suficiente frío como para que no escatime usted en prendas de abrigo y el Apocalipsis no le pille con un gabán de entretiempo- y saldrá por la puerta con la premura de quien lleva el reloj atrasado, además del sueño y las facturas. Sonreirá, eso sí, probablemente no mucho, pero sin duda algo más que el martes, porque los martes son siempre días tristes regidos por un dios insoportable, y celebrará el principio del fin –del fin de semana, claro- tarareando bajito esa canción que de pronto suena en la radio de camino al trabajo.
                La jornada irá transcurriendo sin mayores contratiempos y quizá a media mañana, su compañera haga alguna broma a cerca de la caducidad del mundo y la profecía Maya, y usted recuerde de pronto que ése es el día en que todo se acaba, aunque no vuelva a darle importancia al final de los tiempos hasta pasadas las siete, cuando de vuelta a casa escuche en alguna de esas tertulias radiofónicas, hacer chanza al respecto a algún tertuliano condescendiente y capcioso, encantado de haberse conocido. Después hola qué tal, si le espera alguien en casa; y la cena y la tele o si hay suerte el amor y entre las sábanas, a salvo ya de pronósticos apocalípticos, pulsará el interruptor de la luz de la mesilla y todo será oscuro.
                ¿Que mañana se hará la luz? Pues muy probablemente; pero mientras tanto, los Mayas y el recuerdo del amor –si ha habido fortuna- en la noche sombría. Al menos hasta que la luz se haga y alguien venga a refundar el mundo.        
                Y es que los Mayas no eran tontos. Quiero decir que, últimamente, se está hablando mucho a cerca de las siete profecías Mayas, sobre todo de ésa que parece señalar que el próximo viernes, el veintiuno de diciembre del año 2012, el mundo se acabará, pero la verdad es que los Mayas no decían las cosas por decir. No me interpreten mal, evidentemente no estoy diciendo que el próximo viernes el cielo y la tierra se abran a nuestros pies y de pronto el Armagedón y de pronto el Apocalipsis y de pronto una película de Spielberg pero de verdad, de esas en las que tú eres el protagonista; una peli de verdad, de esas en las que todo, pero todo absolutamente, incluida tú y lo que te circunda, se va a la mierda. Incluso todo aquello que seas capaz de imaginar, o recordar, o qué se yo. De pronto el Big Crunch y el The end de todas las cosas de este mundo, mismo mundo incluido. Pero no. No se hagan ilusiones.
                El Gran Colapso no llegará –seguramente- antes de la Navidad, y al día 21 de diciembre del año 2012 le sucederá casi seguro el día 22 del mismo mes y año, fecha en la que muy probablemente vuelva a no tocarle la lotería, tan sólo la devolución de lo jugado en ésa participación que le compró a su jefe por compromiso y que ahora le da vergüenza cobrar, porque son tan sólo seis euros, de los que uno dona a la Cofradía ésa a la que él pertenece y que a usted le resulta más que antipática. No quiero yo robarle las ilusiones del fin de la tierra, ésa es la verdad, pero muy probablemente, al 22 le sucederá el 23, predicción mediante, y a éste el 24, fecha en la que el Armagedón predicho por el pueblo mesoamericano no le librará tampoco –una lástima- de tener que lidiar a un tiempo con su madre y su cuñado, todos juntos a la mesa y bien revueltos, mientras trincha el pavo y piensa que ojalá los Mayas y Spielberg y la noche. Mientras mastica un polvorón pastoso y musita para sí que ojalá el amor entre las sábanas.
                Asúmalo. Las predicciones Mayas no van a llegar a tiempo. Habrá retrasos y cancelaciones, como en las compañías aéreas y los viajes transoceánicos, y no vendrá nadie a devolvernos el pasaje, las esperanzas puestas en el fin de los días. Si la curiosidad nos mueve y tenemos cuenta en twitter, preguntaremos a la NASA, como otras 5000 personas que en las últimas semanas les han consultado sobre el asunto, el de las predicciones Mayas sobre el fin del mundo, y la NASA nos responderá con un brevísimo mensaje tipo, asegurando que se trata de una mala interpretación de su calendario, y que los Mayas hablaban más bien de un cambio de ciclo. 
                La respuesta tal vez nos calme un poco, pero los días se sucederán tercos sin que nada ocurra, más allá de las luces ostentosas que preñan la ciudad de espejismos nocturnos, que seguirán encendidas después del día 21. La predicción maya no remediará tampoco el talante rancio, posguerril y beato de este ayuntamiento nuestro, que desarrolla un programa para estas fechas bajo el título “El espíritu de la Navidad en familia” (en realidad dirigido, básicamente a la infancia) y que depende –agárrense- de la Concejalía de la Mujer, porque como todo el mundo sabe, la mujer ha de estar vinculada a la familia de manera indisoluble, ya que su meta en la vida es ser una adorable esposa y madre, además de santa y virgen y celosa de su casa y de los suyos. Y es justo por eso que necesitamos una Concejalía de la mujer, claro, no para empoderarla, no para librarla de la losa social  familia-matrimonio-hijos-hogar-ninguneo-asesinato-cositasdeellas, no. Necesitamos una Concejalía de la Mujer para seguir reforzando con dinero público, esos roles sexistas, conservadores y mentecatos, mientras lo disfrazamos todo de “bonito” y “adorable” con casitas de luz y color. Bueno, para eso, y para echar de menos a los Mayas. Eso también.

(Artículo publicado el 16/12/12 en El Norte de Castilla, edición Palencia)

El soundtrack, no podía ser otro: 

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