martes, 26 de febrero de 2013

PUTAS E INVISIBLES

Ays...

No quiero entrar otra vez en este debate, porque me parece bizantino, y porque por cada motivo que escucho en contra de la legalización de la prostitución, se me ocurren un montón a favor. Pero si hay algo que realmente me resulta molesto y cansino -y peligroso- en el discurso abolicionista -como el de Bea Gimeno- es la invisibilización que se hace de tooooooodos los tipos de prostitución que no sean: bio-hombre heterosexual que demanda favores sexuales a bio-mujer heterosexual que trabaja en precario o para un proxeneta que la explota y precariza en un club de mala muerte o en la calle. Olvidando así: la prostitución masculina, la prostitución de lujo, la prostitución matrimonial (ésta, además, exige exclusividad la mayoría de las veces), la prostitución gay, la prostitución bollo, la prostitución trans, la prostitución terapéutica (la gente con diversidad funcional también sexualidad y, por tanto, derecho, a ver satisfechas sus necesidades sexuales) y un sin fin de situaciones más en las que se paga por sexo, igual que se paga por cualquier otro trabajo.
Olvidarse de toda esa diversidad bajo el epígrafe "prostitución", apoyado además en las imágenes que nos evocan a la situación tipo que antes describo (basado en el binomio casi biológico hombre/masculino/hetero/opresor vs. mujer/femenina/hetero/oprimida), invisibiliza todas las demás situaciones, sus contextos, sus diferencias, sus particularidades sustanciales y, en definitiva, vuelve a caer, paradójicamente, en el error patriarcal de siempre, el de invisibilizar las diferencias y homogeneizarlo todo.

No voy a entrar ya en cuestiones de tradición judeocristiana, que son las que nos hacen entender el cuerpo como un templo, como algo sagrado, y todas esas gilipolleces que la cultura neoplatónica ha grabado a fuego en nosotrxs, por muy atexs que seamos. Tu cuerpo es tuyo, lo trates como un templo, como un vertedero, o como te dé la gana. Y si es tuyo para abortar, como tanto defienden los movimientos feministas, no veo motivo por el que para follar por pasta tenga que ser de otrxs. De todos modos, la prostitución no es mi campo de batalla, no soy prostitutx, mi pareja tampoco lo es, y no tengo en mi entorno más próximo a nadie que se haya dedicado a la prostitución. ¿Que si pagaría por sexo? Dependiendo de mi situación personal y de ma´s cosas, es probable. ¿Que si me prostituiría? Depende de en qué situación, y de con quien y de las prácticas sexuales, tampoco podría descartarlo. Claro que tampoco es el aborto mi campo de batalla, porque una noche loca o una rotura de goma a mí no me va resultar nunca un problema embarazoso, para qué nos vamos a engañar. Mi problema, más bien, es que sigo sin verme en los espejos de quienes dicen reflejarme. Mi problema es que sigo sin entender qué hacen ciertas bolleras alzando más la voz  y más fuerte, en contra de la prostitución que en favor de la adopción LGTBQI, o del bulling social y afectivo que sufren lxs adolescentes queer, por poner un par de ejemplos.

Mi problema es que cada vez tengo menos ganas de apoyar ciertas causas que me parecen justas, aunque no sean las mías, porque en el fondo sé que todas esas voces a las que he secundado, nunca van a venir a la hora de interceder por mi disidencia.

Es una cuestión de órdenes. Y privilegios. Quién soy pero también, qué puedo llegar a ser y qué pierdo si esto, o qué gano si lo otro. Sé que el patriarcado lo tiene bien montado y sé, por más que quiera convencerme de que no, que nadie está dispuesto a bajar un sólo peldaño en el escalón social de la cultura de los cuerpos sexuados, sin echar un pulso a muerte con lxs que vienen de abajo.
Y el castigo, para lxs que pierden, no sólo es pasar sin ser vistxs, sino tener que fingir que no ha sido así.

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