lunes, 18 de marzo de 2013

Los amantes pasajeros: una comedia

El miércoles, día del espectador por estos lares, Z y yo decidimos ir a ver Los amantes pasajeros y no sólo lo decidimos, sino que lo hicimos. Y lo hicimos a pesar del trailer, y a pesar de saber que, igual, tampoco habría mucho más que el trailer.

Pero, como ocurre muchas veces, con infinidad de cosas, igual lo mejor de la película es lo que no se dice, lo que no está, lo que no se nombra; todo aquello que se torna "pura coincidencia" cuando se parece, sospechosamente, a la realidad.

Es verdad, la última película de Almodóvar no tiene argumento, pero es que ninguna sit com lo tiene. Las obras de Jardien Poncela tampoco lo tenían, y Tres sombreros de Copa, de Mihura, tampoco es que puedan presumir de plots complejos, para qué engañarnos. Los amantes pasajeros es una comedia clásica, en el sentido clásico del género. Mejor dicho, engloba, en cierto sentido, los subgéneros más propios de nuestra comedia, como el vodevil -del que derivará el cabaret, el burlesque, etc-, el sainete -comedia ligera de un sólo acto, que vendría a ser el entremés del teatro posterior al siglo XVIII-, la comedia de figurón -protagonizada por un galán o figurón que se ve envuelto en enredos y engaños amorosos- o la astracanada, subgénero patrio por excelencia en el que la teatralidad es extrema y la parodia de la realidad llega a alcanzar cotas tales que chocan con la verosimilitud de la trama porque, a fin de cuentas, no es la verosimilitud en sentido estricto, lo que pesa en este tipo de obras, sino la crítica a través de la parodia (Un buen ejemplo de astracán lo tenemos en La venganza de Don Mendo, crítica ácida al teatro de los siglos de Oro y, en general, en cualquier obra de Muñoz Seca.

Todos estos géneros son, en realidad, subgéneros surgidos al amparo de la comedia. Subgéneros que, dicho sea de paso, han sido castigados sobremanera por la crítica en los años posteriores a la dictadura franquista, por tratarse de géneros, algunos de ellos, más cercanos al ideario nacional-católico, al tratarse de un teatro conservador desde un punto de vista temático e ideológico y, en general, bastante amable con el régimen y sus mecanismos de poder. Algo que resulta del todo injusto, pues, muchas de estas obras fueron, en realidad, instrumentalizadas por el régimen y, por tanto, reinterpretadas por éste a su conveniencia; obras a las que, en definitiva, nunca se ha terminado de hacer justicia.

De todos modos, este es un país que no está acostumbrado a ver en la comedia una crítica lo suficientemente poderosa o un discurso lo suficientemente sólido como para ser equiparado a la tragedia o al   drama, que es, en realidad, el género que mejor nos define. Nos hemos creído demasiado aquel precepto aristotélico, el de que la comedia es el género ínfimo, por basarse -decía él- en la "imitación de hombres de calidad moral inferior", y seguimos creyendo que no se puede hacer una crítica sólida y de peso a través de este género, en cualquiera de sus vertientes y, estamos -creo- muy equivocados. Porque a veces la crítica es que no haya crítica alguna, a veces la crítica simplemente es mostrar lo que sucede, a veces, simplemente, la crítica es una exaltación de todos esos dedos en el ojo del poder que tanto molestan, y celebrar la crítica apoderándose de ella es, también un modo de hacer crítica, y un modo de hacer comedia.

Desde luego que el la película está el Almodovar de siempre, el de estilo deliciosamente cuidado, el que sutilmente homenajea a Chavela bautizando el avión con su nombre, el que traza una metáfora entre el nombre de una compañía aérea real (Iberia) con una ficticia (Península) y cuya suma (Península Ibérica) se convierte a su vez, en la metáfora de la situación actual del país, sumido, como el avión de Los amantes, en un vuelo transoceánico descabezado y sin hoja de ruta, plagado de aeropuertos y no pudiendo, sin embargo, tomar tierra. Desde luego que en la película está el Almodovar que elige meticulosamente las cabeceras, la música, el vesturario davidelfiniano y se aseugra de que cada pieza encaje en su lugar, como los anfitriones (Banderas y Cruz) que son una alegoría de sí mismos haciendo de otros y son, Santo Tomás mediante, causa incausada de Los amantes pasajeros.

Pero más allá de todo eso, hay cosas por las que Almodóvar sigue siendo Almodóvar, porque sólo a él parece bastarle con colocar estratégicamente, La Vanguardia entre las manos de un pasajero para que el espectador avezado caracterice al personaje. Porque, como espectadores, nos basta un Bolaño entre las manos de lo que podría parecer un sicario, para saber que ese hombre ama la literatura y el amor-casa del exilio sobre todas las cosas y no podría entregarse al asesinato de un modo prosaico o poco sentimental. Por eso me gusta Almodóvar. Porque pone un libro de Bolaño en las manos de un idiota y, de pronto, todo tiene sentido.

Y por eso también, Los amantes pasajeros es comedia y no. Me explico. La comedia como tal, tiene su origen en la improvisación, y aquí no hay nada dejado en manos del azar. Aún así, creo que os interesará saber que esas improvisaciones se daban en contextos de cultos y celebraciones ofrecidas al dios Dionisios -deidad de la fiesta, el sexo, la orgía, la bacanal y la polla dura- y que las comedias eran ejecutadas por los llamados "coros fálicos", que eran quienes, en época de vendimia, paseaban y procesionaban el falo, como símbolo de la fuerza de la naturaleza y sus dádivas. No hará falta decir que, en ese sentido, el trío de locas que conforman Aceres, Cámara y Arévalo son, casi en un sentido literal, el coro fálico de la comedia primigenia. Y es que esta obra es, también, un culto al falo. Un canto, un tributo, una oda al falo. Un falo, eso sí, subvertido no sólo por los ojos de un marica con mucha pluma, sino de un montón de maricas con mucha pluma y mucha ostentación de pluma, que convierten esa microsociedad que se genera en el interior del avión, en una sociedad falócrata, sí, pero también marica. Muy marica. Y por eso es fantástico ver cómo un director obliga a lxs espectadorxs heterosexuales de bien que vayan a ver su cinta, a vivir, durante 90 minutos, no en un mundo marica -eso lo hace cualquiera-, sino en un mundo de maricas locas donde la pluma se celebra, la mamada es una fiesta y todos los clichés de la marica plumífera se cumplen porque habemus maricas con pluma, mucha, y quienes cumplen todos los clichés tienen, también, el derecho a defenderse y reivindicarse. Por eso esta obra es, también, en cierto modo, una oda a la pluma. Y a mí cualquier oda a la pluma, en principio, me parece bien. Desde luego, siempre hay gente que va a ver una peli de un marica sobre maricas y se escandaliza porque dos bio-mujeres muestren su afecto (nada exagerado) en el asiento de al lado, pero eso es otra historia. Al fin y al cabo, no hay suficientes libros de Bolaño para rellenar las manos de todos lxs imbéciles de este mundo.

Por otro lado, es cierto que la mayoría de los personajes son hombres, pero en pocas películas puedes ver cómo una mujer se empodera a través del sexo violando a un hombre y en muy pocas puedes ver cómo los géneros y sus marcas gramaticales del lenguaje se diluyen hasta casi desaparecer.

Dice la teoría de los géneros que, en la comedia, la risa del espectador a veces es de complicidad y otras, de superioridad. Digo esto porque creo que, al tratarse de una comedia protagonizada por maricas en el sentido más tópico de la palabra (sin olvidarnos de que hay maricas que cumplen con esos tópicos, como ya he dicho antes), ciertos espectadores podrían caer en la tentación de reír, como dice la teoría de los géneros, desde la superioridad del que se sabe heterosexual (o carente de pluma), algo que la pragmática desmonta en el momento en el que nos damos cuenta de que el autor es también una de esas maricas con pluma. Por eso, en Los amantes pasajeros, sólo cabe la risa cómplice, porque la de superioridad queda anulada por la naturaleza de la propia autoría. Por eso -y por otras muchas cosas, claro- no tiene sentido equiparar esta película a aquellas de los años '70 de Ozores y compañía, en las que empezaban a proliferar los chistes de mariquitas. Porque las cosas no son nunca lo que las cosas son en sí, sino también cómo se cuentan, quien las cuenta, desde cuándo, desde dónde, por qué, y a quién.

Eché en falta, claro, algo de pluma bollo, algo de travestismo Woman to Man. Pero eso quizá sea mucho pedir para alguien que, como dice Z, sólo sabe contar historias de hombres (en realidad, todos sus personajes femeninos no dejan de ser hombres travestidos, Ítacas de maricas que cantan I´m so excited en sus horas altas). Es por esto que dejo este I´m so excited Le Tigre, queer e intergeneracional, para hacer ya, de la oda a la pluma, algo pluscuamperfecto. Escuchad la versión, merece la pena.

2 comentarios:

  1. Una de las mejores críticas que he leído sobre la película. Con tanta gente atacándola sin piedad, reconforta comprobar cómo todavía hay espectadores que ven un poco más allá de la superficie de las cosas. Enhorabuena.

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  2. Reconozco que tu crítica sobre la película es interesante. Es más me ha gustado mucho más que la propia película, no te diré más. Lo cierto es que Almodóvar me satura con su surrealismo que parece no aterrizar nunca mejor dicho. No sé muy bien porqué fui a verla, bueno si qué sé, fui a verla porque E. quería verla y porque soy masoquista.

    E. se lo paso fenomenal y se río a pierna suelta pero a mí me produjo hartura. Estoy harta de historias de hombres y por extensión de las historias de maricas ¡¡qué le vamos a hacer!!!. Harta de que su visibilidad marica me recuerde constantemente a la no visibilidad bollera.

    Estoy con Z. en que sólo habla de su ombligo.

    Al contrario de Almódovar yo parezco ser muy simple. No me gustan las comedias que se hacen en este país ¿qué quieres que te diga? No me gustan las películas sin CONTENIDO esas películas que con haber visto el tráiler es más que suficiente.

    Lo único que salvo de las películas son las tres locazas y sus historias y ya.

    Que la clase turista se pase durmiendo toda la película es buen posicionamiento de la sociedad española en contraposición con la élite de la clase ejecutiva que es quien toma la sartén por el mando pero no veo más allá ninguna critica que igual no tiene porque haberla pero no me vale a mí como espectadora. Al final es otra historia más de los que están arriba porque los que estamos del otro lado estamos siempre durmiendo y esto me satura también.

    Escribiendo estoy me estoy dando cuenta que debo tener el humor en la punta del pie.

    Veo que soy muy terrenal… tanto que el género vodevil almodovariano me deja fría.

    Siguiendo tu línea del culto al falo por muy subvertido que éste esté me aburre y me aburre precisamente porque tengo hartazgo infinito y en bucle. Estoy del falo, del falo marica y del falo en todas sus categorías hasta lo indecible.

    Y créeme que me da muy pero que muy igual que los heteros-de-bien que vayan a ver la peli se tengan que tragar 90 minutos de pluma marica. Es precisamente eso lo que más acostumbrados están a ver. En las películas los heteros-de-bien lo toleran, en la realidad no, y eso lo has descrito muy bien. Por lo tanto caca. Mi éxtasis hubiese sido justo visualizar la pluma bollo. Pero claro, eso no corresponde a Almodóvar con su exagerada misoginia. El día que una película de pluma bollo abandone la tragedia, el drama, y el suicidio para pasar al género de la comedia, vodevil o como queremos catalogarlo, ése día tal vez, suponga un antes y un después. Ese día si quieres hablamos de nuevo de este tema.
    De momento y hasta la fecha es más de lo mismo.

    La película no me hizo reír lo más mínimo pero esto, repito, es otra subjetividad más.

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