martes, 6 de agosto de 2013

Derivas

Leo. Releo. Me dice. Le digo. Me pide. Me demoro. Me pide. Le pido. Se demora. Me demoro. Me demoro. Se demora. Tardo. Me siento. Escribo. Reescribo. Una tilde. Dos comas. Un punto. Apenas. Nada. Casi nada que merezca ser contado. Me dice bien. Me dice. Dice. Está todo bien. Me dice. Fotos. Un par. Tal vez tres. Tres fotos. Tres fotos y luego un párrafo se esfuma. Mi párrafo se ha esfumado. Me dice. Me dice. Esfumado. Y estaba justo aquí. Me dice. Justo aquí. Esfumado.

ES

FU

MA

DO

Como un contenedor flotante en una ciudad portuaria. 

Derivas.  

Imagino al párrafo, tremenda masa errática de amasijos narrados, amarrados con bridas textuales, flotando a la deriva, derivándose en tus túes, en mis yoes, en nuetros BLA, BLA, BLA. Flotando. Desmenbrándose de consonantes que varan contra rocas de significados huecos, formando sedimentos que silabean voces que nunca habrán ya de ser narradas. Rastreándose bajo el agua como actantes desconyuntados. Los párrafos perdidos no flotan, se sumergen como selvas sumergidas y ya nadie vuelve jamás a seguir sus rastros. 
Se derivan en salinidades ásperas y todo lo que una vez fueran a decir se convierte en todo lo que una vez ya no dijeron. 

Mi párrafo. Me dices. Ya no está. Estaba pero ya no está. Mi párrafo ya no está, insistes, y todo se vuelve no contado. Como una metáfora no dicha que hubiera perdido un sema en la humedad caliente del beso que no me has dado. 

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