martes, 12 de agosto de 2014

Filosofía de los tractores

Tengo un alumno al que doy clase de filosofía. La filosofía de 1º de Bachillerato es una herramienta muy útil cuando se tienen 17 años y apenas una vaga noción de lo que es la filosofía, pero también es la mierda pura y ontológica que te queda para septiembre cuando no tienes ni la más remota idea de qué carajo es la ontología y de qué demonios pinta tanta pureza en todo esto. La materia, a diferencia de la filosofía de 2º de Bach, que es Historia de la filosofía y sigue un orden cronológico y por autores (autorEs, digo bien, todos señorEs), es más flexible, pues tiene que introducir temas y conceptos básicos tales como qué es la filosofía, cuáles son sus campos de actuación, qué ramas de la filosofía tienen incidencia en nuestras vidas, y de qué manera, qué es la ética, la fenomenología, la metafísica o la epistemología, y por qué demonios la política en filosofía es una cosa distinta a la saliva que se acumula en las comisuras de los labios de Rajoy mientras miente sin complejos diciendo que la crisis ha acabado. 

Mi alumno no es un chico de 17 al uso. Primero porque tiene 18, y segundo porque, ante la pregunta de "¿para qué están las normas?" no responde, como sería lo propio en un adolescente, "para saltárselas", sino que, sin titubear, y con la mansedumbre de un triste y gris hombre solo, me dice desde dentro de su camiseta azul: "para cumplirlas". Y es por eso que le queda la filosofía. Porque él no quiere problemas, y la Filosofía, por el contrario, es especialista en buscarlos. 

El otro día, charlábamos -aunque será más preciso decir que era yo quien charlaba y él, quiero pensar que escuchaba- sobre el impacto de la ética en nuestros días, sobre cómo ésta tiene que adaptarse a los nuevos contextos sociales y sobre las medidas que se toman o se pueden tomar para disminuir en lo posible las desigualdades, como el tema de las cotas, o la discriminación positiva. Todo muy ajustadito a su manual de Filosofía.  

-Por ejemplo -le dije-, en relación al tema de la discriminación positiva, tienes un buen ejemplo en la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Podría parecer que ellas tienen los mismos derechos que ellos laboralmente, pero la verdad es que ellas tienen una serie de lastres sociales que ellos no tienen, como que son las que se encargan de la gestión de la casa, de los cuidados de hijxs, de lxs dependientes, de la economía doméstica, de la educación de lxs hijos...
-Pues en mi casa mi padre también se preocupa de mi educación... -responde en su defensa-.
-¿Ah sí?, pues es curioso porque fue tu madre quien se preocupó de encontrar un profe de filosofía para ti, y quien me llamó y me llama para ver cómo vas y con quien yo he hablado todo el tiempo. De hecho, a tu padre ni siquiera lo conozco... Y créeme, así suele ser casi siempre...
-Bueno.. -titubea- pero sí se preocupa, lo que pasa es que... trabaja...
-Preocuparse es ocuparse, ocuparse de verdad, no firmarte las notas y decirte que estudies... ¿esto lo sabes, no? Y por cierto, tu madre también trabaja, ¿no?
-Sí... pero las notas también me las firma ella...
-Ah...

Termino la pequeña conversación porque me sale humo por las orejas y no quiero que la alarma de incendios -de haber habido allí tal cosa- salte sólo por la quemazón de mis humos y humores, que destilaban ya algo parecido al azufre. Continuamos avanzando en el tema, y a los 20 minutos, su hermana -menor, pero haciendo las labores de hermana responsable y protectora-, interrumpe la clase y le dice bajito, tratando de que yo no lo oiga: ¡Juan! ¡Es papá! Que te está llamando al móvil... Dile que has bajado a hacer compras y que por eso no le has cogido el teléfono...

Juan se levanta de su silla. "Es mi padre", me dice. Como si ser su padre acaso fuese un suceso de fuerza mayor, una especie de ontología jerárquicamente doméstica, que evidencia el patriarcado como tal, simbólico y terco en todas sus formas, como una llamada inoportuna, y yo me quedo estupefacto, mirando esa caricatura de Piaget que habita los márgenes de su libro de Filosofía, y escuchando a lo lejos una conversación que, a pesar de la distancia, yo podía escuchar a través del teléfono, pues era la voz del padre de Juan (cuyo nombre, por cierto, no conozco), una voz bronca, áspera y recia; llena de ritmos bruscos y toscos, como nacida a cachos, y obstruida con palabras inexactas y llenas cadencias farragosas, silvestres y abruptas como habones de tierra sin labrar.

-No papá, no he oído el teléfono. 
-¡¿Y ánde 'stabas?! 
-Pues, por ahí, comprando comida que me ha mandado comprar mamá. 
-¡¿Tanto tiempo?! 
-Pues sí, no sé...  
-¡Bueno, a ver! Esta tarde te traes el coche a las cuatro y te vienes con tu hermana, ¡¿me has entendido?! 
-Sí, pero tengo que echar gasolina... 
-¡No! Se va a hacer así como te 'stoy yo diciendo. Usea se va 'cer así, ¿'tiendes? Ya 'charás la gasolina Ya la 'charás. Como yo te digo, ¿'tiendes? Usea, así se va 'cer.
-Sí, vale, vale. 
-¿M' as entendido? 
-Que sí, papá... que vale...
-Pos eso, hala, adiós.

 Evidentemente, de nuevo, otra vez, la realidad superando con creces toda conjetura posible. Le pregunto qué pasa, que por qué no le ha dicho a su padre que estaba en clase.
-Bueno... es que... -continúa con la disculpa al gran pater familias- mi padre no sabe que voy a clase, porque cree que las clases no sirven para nada, y que lo que tengo que hacer es estudiar...
-Ah... ¿y aún dices que tu padre se preocupa por tu educación? Interesante...

La clase concluye, y yo no salgo de un asombro perpetuo que me ha dejado con la ética hecha añicos pequeñísimos de heteropatriarcados punzantes que se meten en pequeños escondrijos de las casas y las vidas de la gente, y pinchan como pinchan todas las cosas de este mundo que matan lento pero seguro. Lento pero seguro.

Al cabo de dos días, Juan me comunica que las clases se suspenden. Se van todos al pueblo -eso es lo que me dice, "nos vamos al pueblo"-. Como el chico obedece más que piensa y remolonea más que estudia, decido telefonear a su madre. Le explico que el rendimiento está muy por debajo de lo que debería, que su hijo tiene serias lagunas históricas, conceptuales, de cultura general, que son necesarias para poder, sobre ellas, construir conocimientos en relación a la filosofía (y a culaquier otra materia, la verdad). Le hago saber que su hijo, al que le cuesta especialmente concentrarse y comprender cuestiones que tienen que ver con el pensamiento abstracto, no ha estudiado lo suficiente, ni ha hecho los ejercicios que le he ido pidiendo en las últimas semanas, y que necesita claramente tomarse en serio la asignatura, si lo que quiere es aprobarla. Su madre le disculpa. Me dice que sí, que lo sabe. Que gracias por llamar. Que lo sabe. Me dice que se ha pedido vacaciones para estar más encima de él y controlarlo. (Un modo muy clásico de calmar la conciencia de "madre" y ya, de paso, joderse las vacaciones, para así ser más madre y abnegada y pasivo-agresiva y todo a un tiempo). Me dice que se van al pueblo porque su padre (el de su hijo, se entiende; aunque no sé por qué extraña razón las madres de familias nucleares se refieren a sus maridos como "padres") quiere que le ayude con el tractor por las tardes. Eso es lo que me dice: "su padre quiere que le ayude con el tractor". (Y no hay más que hablar, claro. Pienso. Su padre. Ese ser todopoderoso. Lo dice su padre y punto). Me dice. Y disculpa a su hijo, quien no valora en absoluto nada de lo que su madre hace por él; y disculpa a su marido, quien está obstaculizando el aprendizaje y la educación de su hijo y comportándose como un perfecto cretino con voz de céfiro tractorista.

Padres y tractores. Tractores y padres. Padres y tractores. Hijos que serán, si ellas no lo remedian, si ellas no ponen tierra y tijera de por medio, padres y tractores nuevamente, por los siglos de los siglos. Y Piaget, desde los márgenes de la página 145 del libro de filosofía de primero de bachillerato, le hace un corte de mangas a Judith Butler, de la que, es evidente, no hay aún ni rastro en los manuales de filosofía en los que me diluyo, cuando empiezo a oler a azufre, y a lo que huelen los hombres todopoderosos que todo lo destrozan con sus tractores. Porque sé que si ellas siguen conviviendo con ellos, poniendo sus vidas a su servicio y dándoles hijos, ellos no les devolverán otra cosa que enemigos. Viejos tractores perfeccionados con la forma que tienen los hijos que, tarde o temprano, serán hombres dañinos como sombras para quienes la educación es un secreto inútil que no puede nunca ser revelado.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Asier eta biok: nada es sencillo (una reseña de Edu Nabal)

Traigo a mi blog, la reseña de Edu Nabal sobre el documental Asier eta biok (Asier y yo) que -según él mismo me dice- ni Diario Progresista ni Burgos Dijital se han atrevido a publicar. Y como creo que para no estar de acuerdo con algo hay, primero, que haberlo escuchado, he querido traer hasta aquí la primera reseña que, en verdad, se escribe en toda Castilla y León sobre este docu que, yo no he visto, pero que espero ver en cuanto pueda. Disfruten. 

(A continuación, la reseña íntegra y sin modificación alguna de Eduardo Nabal)

“Asier eta biok” triunfa allí donde el documental de Julio Medem “La Pelota vasca” se quedaba en bienintencionados fuegos de artificio. El director, creemos, es desconocido. Hasta que se presenta a sí mismo como el chico diabético casi asesinado por sus “colegas” en la, para mí, espantosa “Historias del Kronen” de Montxo Armendáriz en horas bajas. También ha participado en varias series de televisión. “Asier eta biok” es un documental valiente no solo por estar hecho con pocos medios (recurriendo al “crowfunding” o recolecta pública para su financiación) sino por contarnos sin ningún temor las razones personales e históricas del amigo del director para entrar en la banda terrorista ETA después de ser perseguido por su antimilitarismo y la trayectoria abertzale de sus antepasados o su progenitor. El propio realizador- a diferencia de su amigo íntimo- no comparte el uso de la violencia para defender absolutamente nada pero no se conforma con condenar y luego mirar hacia otro lado sino que hurga en las tripas del conflicto, sin maniqueísmos, sin anteojeras. 

¿Está la sociedad española preparada para un documental así? Bueno algunos sí, otros no y la mayoría en un terreno intermedio. De hecho su distribución aquí ha sido más limitada por estos lares que en el extranjero. Aitor Merino ha cambiado de aspecto y comienza el filme en los recuerdos de infancia de su amigo del alma, sentados en un bosque, una amistad que durará a través del tiempo y el espacio, saltándose rejas, kilómetros, años, entradas y salidas de prisión y desavenencias mutuas. Volviendo, de una manera u otra, a su punto de partida. En la primera parte el realizador opta por un método de montaje rápido con algunos guiños a Godard, por su forma irreverente de acercarse a algunos temas, personajes y motivos visuales. La secuencia en la que recuerda como la policía entra violentamente en casa donde ambos duermen esta recreada con un secador en lugar de una pistola, con elementos teatrales que, sorprendentemente, resultan más eficaces en un trabajo irregular pero fascinante donde no faltan las imágenes documentales y de archivo, sobre distintas formas de intolerancia y crueldad que pertenecen a nuestro pasado todavía reciente. La segunda parte -cuando el director se invisibiliza para mostrar el entorno urbano y familiar de Asier-es el más arriesgado y polémico de cara a una sociedad que crea monstruos mediáticos con la misma facilidad que los olvida, que sigue necesitando malos malosos para poder desacreditar “al contrincante”. Asier intenta explicar, no convencer a nadie, tampoco lo logra. 

El filme dista mucho de ser una apología de nada –a pesar del marcado nacionalismo del realizador- , tal vez de la intolerancia venga de donde venga, sobre todo, de esa mediocre superficialidad o maniqueísmo a la que nos tienen cada vez más acostumbrados la gente del espectáculo. Invitar en celuloide a pensar y repensar en estos tiempos es más que un suicidio en taquilla es una provocación que puede salir bien o mal. Pero Merino cuida tanto la forma del documental, los aspectos audiovisuales y los saltos narrativos que impide que el espectador se aburra asistiendo, como suele pasar en ocasiones, a un documental cuya importancia temática supone un descuido formal o una impersonalidad estilística. En “Asier eta Biok” hay ternura, humor, violencia, horror y destellos de esperanza. El realizador contrapone a Asier y su entorno con el de sus amigos de Madrid y cree que es posible que se comprendan los unos a los otros, pero no hay cámara ni testimonio que pueda conseguir eso tan fácilmente. En estos tiempos en el que todo el que discrepa del Gobierno resulta que es ETA, no está mal recordar que tampoco los integrantes de ETA eran monstruos con una misma o única cabeza sino que cada cual era diferente, y por repulsivos que nos resulten los medios utilizados durante mucho tiempo, cada persona tenía un motivo distinto para aproximarse a un mundo de combate cada vez más degradado e irresponsable. Ciertamente la gente se escandaliza más por un atentado o varios que por la violencia de Estado -cárceles, manicomios , dispersión de presos- pero no creo que en el caso de ETA la causa tuviera demasiada razón de ser (ni siquiera un trasfondo político coherente más allá de diferentes formas de patriotismo) , los medios utilizados, claro está, aún menos. 


Uno de los momento más tensos del filme es la discusión entre Asier y su madre, antimilitarista y orgullosa de su hijo, pero avergonzada de que se derrame una gota de sangre por la causa de la independencia o el reconocimiento, por cualquier causa. Muchos piensan que ETA debió acabar con la muerte de Carrero Blanco, otros creen que nunca debió existir, Asier cree que se trata de una guerra de “baja intensidad”, otros que son la peor calaña de asesinos, sus amigos de Madrid “que son unos pesados” y el director no da la razón a ninguno aunque su afecto por Asier le lleva a hacerse invisible ante secuencias muy tensas en las que el personaje intenta defender su posición ante su entorno cotidiano y familiar o es recibido como un héroe en su pueblo. 

Aunque el trasfondo contiene una eficaz requisitoria contra la violencia como lenguaje político. Pero el director demuestra que, a pesar de sus amigos de Madrid, entre los que se labro un nombre, el amor por su tierra y Asier. Las ideas independentistas de su amigo expresadas en euskera con subtítulos levantan ampollas aun hoy y todavía, con razón o sin ella, la sociedad española no está preparada para asimilar del todo, a pesar de los premios y el respaldo de la crítica, un documento así que, aunque bellamente filmado y rodado con ritmo, puede herir sensibilidades de todo tipo. La prueba es que basándose, según la versión oficial, en que "Los arrestados forman parte del grupo que se constituyó en julio de 2012 para ser interlocutores con los presos de ETA y propiciar contactos con agentes políticos vascos e internacionales para tratar de buscar una solución a los internos de la banda”, el gobierno español acaba de volver a .encarcelar a Asier. O sea que la historia continúa. Ellos, a diferencia de su amigo Aitor Merino, no han aprendido a escuchar, incluso a los que se equivocan o alardean de largos monólogos sin sentido o en ritos que personalmente podemos encontrar hasta ridículos. 

El también comentado filme de Medem, mucho más convencional y realizado con más medios, nos larga pesadas entrevistas de “uno y otro bando”, mientras que “Asier eta biok” solo incluye una polémica cena familiar y diálogos ante esos dos amigos que nunca se pondrán de acuerdo, pero no podrán dejar de serlo. Una riña y varias riñas provocadas por el realizador que busca que los personajes no tengan miedo de hablar. O como decía la anciana profesora de baile encarnada por Geraldine Chaplin en “Hable con ella” de Almodóvar: “algo he aprendido, nada es sencillo”. Eduardo Nabal.

viernes, 1 de agosto de 2014

TRATA DE ESTÉTICAS: proxenetismo cultural




Hace ya unos cuantos días que el Ayuntamiento de esta ciudad anda algo inquieto. Que un Ayuntamiento esté inquieto siempre es una buena noticia, porque la inquietud implica, al menos en el sentido más etimológico de la palabra, dinamismo, movimiento, acción, y créanme que la acción es, precisamente, una de las cosas que, esta ciudad –que comparte con Soria el dudoso honor de ser, según los usuarios de una web de viajes, la más triste de España- le pide a gritos a sus gobernantes. Nótese que digo gobernantes, y no gestores. Y es que hay últimamente, una tendencia funesta en tertulias televisivas y radiofónicas y demás parafernalia mediática, a tomar la parte por el todo y pasar así a llamar ‘gestores’ –y no ‘gobernantes’- a quienes nos gobiernan. Como un perverso giro lingüístico que tiene un brutal impacto en la realidad, hecha de girones y retales de sintagmas y adjetivos. La pata léxica que han metido los opinólogos, nos va a costar, nos está costando ya, qué demonios, más cara que algunos sueldos vitalicios.
                Miren, no. No nos confundan. Es más: no traten, deliberadamente, de confundirnos. Decir que la labor de quienes han de gobernarnos se resume a gestionar, es minimizar el asunto hasta cotas insospechadas, restando así responsabilidades a quienes, a todas luces, y salvo contadas excepciones, viven como si no tuvieran ninguna. Esa simpleza es, de hecho, propia también de quienes nunca han gobernado nada, ni siquiera una pequeña comunidad, como pudiera ser, por ejemplo, una asociación, un club de submarinismo, o una unidad familiar, por pequeña que sea. Resumir las tareas de quien gobierna una casa a “llevar las cuentas” sólo es producto de la estupidez o del cinismo, y no sé, sinceramente, con cuál de las dos respuestas quedarme. El buen gobernante, lo sabían ya Platón y Aristóteles y hasta la banda de epicúreos fiesteros y helenísticos que vinieron después, ha de atender, fundamentalmente, a procurar el bienestar de la polis, de la sociedad, del pueblo que lo ha elegido y con el que ha contraído el compromiso, no de llevar sus cuentas –no se puede ser más zafio, por favor- sino de mejorar sus vidas, de hacer de la vida en comunidad y de cada una de las vidas que la conforman, vidas decididamente, sustancialmente mejores. El gobernante es un centinela de la ética, del bienestar social, de la cultura, del saber, del conocimiento, de la investigación, del arte, la estética, la literatura y los afectos. El gobernante toma decisiones en función de ése bienestar. El gestor, en función de la economía de la casa. Aunque eso mate a quienes viven en ella. Aunque les perjudique. A quién le importa. Al gestor no le importa. Pero al gobernante sí.
                El gobernante sabe cuántos celíacos hay en su unidad familiar, sabe quién necesita unos zapatos, quién quiere estudiar qué cosa y por qué, quien está enamorado y de quién, quién deprimido y por qué, y quien siente que pertenece a un lugar en el que no se siente bien. El gestor sabe lo que vale el pan sin gluten, pero no entiende por qué demonios habría que invertir dinero en eso. El gestor conoce  el precio del calzado, y del estudio, pero tiene más que claro que son más baratos el prozac, el retilin y las alarmas. Y todo se mide en términos cualitativamente obcenos para concluir, porque al fin y al cabo es más que obvio, que el vandral –el gestor lo sabe, que ha echado cuentas- es mucho más rentable que el amor. Y qué demonios, también más útil a la hora de propagar mansedumbre y obediencia.  
                Esto no iría más allá si, como digo, las palabras no las cargara la realidad; pero por desgracia, lo que empezó siendo un requiebro tonto y absurdo de algún opinólogo miope  y engolado con cierto regusto a naftalina, que un buen día decidió llamar gestor a un gobernante mientras se acariciaba, complaciente, la barriga, ha acabado siendo una epidemia de confusión, a la que los gobernantes de nuestra ciudad -¿o debería decir gestores?- tampoco han sido inmunes.

                Así, dando la espalda a todos los colectivos culturales de la ciudad, a todos los profesionales de la literatura, el arte, la ilustración, la fotografía y la expresión plástica, que los hay, créanme, y algunos con bastante proyección, deciden sacarse de la manga, al más puro estilo megalómano y extraterritorial, un festival Internacional de Cómic y Novela Gráfica, El Ñam, con una inversión de 50.000 €. Me pregunto cuántas novelas gráficas habrán leído nuestro alcalde, y nuestra concejala de cultura. Me pregunto, dado el caso, si alguno de los dos sabe qué es una novela gráfica. Más aún. Me pregunto si a alguno de los dos les interesa algo de todo este asunto. Algo, por pequeño que sea. Más allá del turismo de quita y pon, más allá de los “está de moda”, los “será un éxito”, los “traerá dinero a la ciudad” que con tanto ahínco repite nuestro Ilustrísimo al respeto. Porque al final eso es lo que han hecho con la cultura nuestros gobernantes (y no sólo a nivel local): desactivarla, vaciarla de significado, despojarla de sentido, frivolizar con ella en el peor sentido de la palabra, rentabilizarla, estrujarla, usarla, confundirla con turismo y petardeo, más aún, justificarla en nombre de turismo y petardeo y vapulearla con ivas sangrantes y con delirios de grandeza tan hidalgos, que sólo saben pensar en turisteos que pasen por caja y bullicios de tercera que reseñe la prensa local, ahora que se acercan las elecciones. Las instituciones pintan los labios a la cultura, le suben en tacones de moda y la echan a la calle a “hacer la calle” para ellas, gestoras de este ya más que sangrante proxenetismo cultural. De esta vergonzante trata de estéticas.

                Me pregunto si alguien en este Ayuntamiento se ha preocupado por conocer los pulsos de la ciudad en materia cultural. Si alguien sabe si la cultura palentina es celiaca, o si necesita unos zapatos o si le convendría ir dejando ya el vandral poquito a poco. Si alguien en el Ayuntamiento ha tenido en cuenta el tejido social, o esto es, por el contrario, un “para otros sin nosotros”.

                A veces tengo la sensación de que nuestro Ayuntamiento confunde la cultura con las portadas de los periódicos y las emisoras locales. Como si aquello que dijo McLuhan, lo de que “el medio es el mensaje” y que yo ya pensé que estaba superado, se repitiera en mi ciudad, una y otra vez, como un mantra necrosado y necrosante, que no paran de repetir nuestros, por desgracia, “echadores de cuentas”.