Tengo un alumno al que doy clase de filosofía. La filosofía de 1º de Bachillerato es una herramienta muy útil cuando se tienen 17 años y apenas una vaga noción de lo que es la filosofía, pero también es la mierda pura y ontológica que te queda para septiembre cuando no tienes ni la más remota idea de qué carajo es la ontología y de qué demonios pinta tanta pureza en todo esto. La materia, a diferencia de la filosofía de 2º de Bach, que es Historia de la filosofía y sigue un orden cronológico y por autores (autorEs, digo bien, todos señorEs), es más flexible, pues tiene que introducir temas y conceptos básicos tales como qué es la filosofía, cuáles son sus campos de actuación, qué ramas de la filosofía tienen incidencia en nuestras vidas, y de qué manera, qué es la ética, la fenomenología, la metafísica o la epistemología, y por qué demonios la política en filosofía es una cosa distinta a la saliva que se acumula en las comisuras de los labios de Rajoy mientras miente sin complejos diciendo que la crisis ha acabado.
Mi alumno no es un chico de 17 al uso. Primero porque tiene 18, y segundo porque, ante la pregunta de "¿para qué están las normas?" no responde, como sería lo propio en un adolescente, "para saltárselas", sino que, sin titubear, y con la mansedumbre de un triste y gris hombre solo, me dice desde dentro de su camiseta azul: "para cumplirlas". Y es por eso que le queda la filosofía. Porque él no quiere problemas, y la Filosofía, por el contrario, es especialista en buscarlos.
El otro día, charlábamos -aunque será más preciso decir que era yo quien charlaba y él, quiero pensar que escuchaba- sobre el impacto de la ética en nuestros días, sobre cómo ésta tiene que adaptarse a los nuevos contextos sociales y sobre las medidas que se toman o se pueden tomar para disminuir en lo posible las desigualdades, como el tema de las cotas, o la discriminación positiva. Todo muy ajustadito a su manual de Filosofía.
-Por ejemplo -le dije-, en relación al tema de la discriminación positiva, tienes un buen ejemplo en la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Podría parecer que ellas tienen los mismos derechos que ellos laboralmente, pero la verdad es que ellas tienen una serie de lastres sociales que ellos no tienen, como que son las que se encargan de la gestión de la casa, de los cuidados de hijxs, de lxs dependientes, de la economía doméstica, de la educación de lxs hijos...
-Pues en mi casa mi padre también se preocupa de mi educación... -responde en su defensa-.
-¿Ah sí?, pues es curioso porque fue tu madre quien se preocupó de encontrar un profe de filosofía para ti, y quien me llamó y me llama para ver cómo vas y con quien yo he hablado todo el tiempo. De hecho, a tu padre ni siquiera lo conozco... Y créeme, así suele ser casi siempre...
-Bueno.. -titubea- pero sí se preocupa, lo que pasa es que... trabaja...
-Preocuparse es ocuparse, ocuparse de verdad, no firmarte las notas y decirte que estudies... ¿esto lo sabes, no? Y por cierto, tu madre también trabaja, ¿no?
-Sí... pero las notas también me las firma ella...
-Ah...
Termino la pequeña conversación porque me sale humo por las orejas y no quiero que la alarma de incendios -de haber habido allí tal cosa- salte sólo por la quemazón de mis humos y humores, que destilaban ya algo parecido al azufre. Continuamos avanzando en el tema, y a los 20 minutos, su hermana -menor, pero haciendo las labores de hermana responsable y protectora-, interrumpe la clase y le dice bajito, tratando de que yo no lo oiga: ¡Juan! ¡Es papá! Que te está llamando al móvil... Dile que has bajado a hacer compras y que por eso no le has cogido el teléfono...
Juan se levanta de su silla. "Es mi padre", me dice. Como si ser su padre acaso fuese un suceso de fuerza mayor, una especie de ontología jerárquicamente doméstica, que evidencia el patriarcado como tal, simbólico y terco en todas sus formas, como una llamada inoportuna, y yo me quedo estupefacto, mirando esa caricatura de Piaget que habita los márgenes de su libro de Filosofía, y escuchando a lo lejos una conversación que, a pesar de la distancia, yo podía escuchar a través del teléfono, pues era la voz del padre de Juan (cuyo nombre, por cierto, no conozco), una voz bronca, áspera y recia; llena de ritmos bruscos y toscos, como nacida a cachos, y obstruida con palabras inexactas y llenas cadencias farragosas, silvestres y abruptas como habones de tierra sin labrar.
-No papá, no he oído el teléfono.
-¡¿Y ánde 'stabas?!
-Pues, por ahí, comprando comida que me ha mandado comprar mamá.
-¡¿Tanto tiempo?!
-Pues sí, no sé...
-¡Bueno, a ver! Esta tarde te traes el coche a las cuatro y te vienes con tu hermana, ¡¿me has entendido?!
-Sí, pero tengo que echar gasolina...
-¡No! Se va a hacer así como te 'stoy yo diciendo. Usea se va 'cer así, ¿'tiendes? Ya 'charás la gasolina Ya la 'charás. Como yo te digo, ¿'tiendes? Usea, así se va 'cer.
-Sí, vale, vale.
-¿M' as entendido?
-Que sí, papá... que vale...
-Pos eso, hala, adiós.
-Bueno... es que... -continúa con la disculpa al gran pater familias- mi padre no sabe que voy a clase, porque cree que las clases no sirven para nada, y que lo que tengo que hacer es estudiar...
-Ah... ¿y aún dices que tu padre se preocupa por tu educación? Interesante...
La clase concluye, y yo no salgo de un asombro perpetuo que me ha dejado con la ética hecha añicos pequeñísimos de heteropatriarcados punzantes que se meten en pequeños escondrijos de las casas y las vidas de la gente, y pinchan como pinchan todas las cosas de este mundo que matan lento pero seguro. Lento pero seguro.
Al cabo de dos días, Juan me comunica que las clases se suspenden. Se van todos al pueblo -eso es lo que me dice, "nos vamos al pueblo"-. Como el chico obedece más que piensa y remolonea más que estudia, decido telefonear a su madre. Le explico que el rendimiento está muy por debajo de lo que debería, que su hijo tiene serias lagunas históricas, conceptuales, de cultura general, que son necesarias para poder, sobre ellas, construir conocimientos en relación a la filosofía (y a culaquier otra materia, la verdad). Le hago saber que su hijo, al que le cuesta especialmente concentrarse y comprender cuestiones que tienen que ver con el pensamiento abstracto, no ha estudiado lo suficiente, ni ha hecho los ejercicios que le he ido pidiendo en las últimas semanas, y que necesita claramente tomarse en serio la asignatura, si lo que quiere es aprobarla. Su madre le disculpa. Me dice que sí, que lo sabe. Que gracias por llamar. Que lo sabe. Me dice que se ha pedido vacaciones para estar más encima de él y controlarlo. (Un modo muy clásico de calmar la conciencia de "madre" y ya, de paso, joderse las vacaciones, para así ser más madre y abnegada y pasivo-agresiva y todo a un tiempo). Me dice que se van al pueblo porque su padre (el de su hijo, se entiende; aunque no sé por qué extraña razón las madres de familias nucleares se refieren a sus maridos como "padres") quiere que le ayude con el tractor por las tardes. Eso es lo que me dice: "su padre quiere que le ayude con el tractor". (Y no hay más que hablar, claro. Pienso. Su padre. Ese ser todopoderoso. Lo dice su padre y punto). Me dice. Y disculpa a su hijo, quien no valora en absoluto nada de lo que su madre hace por él; y disculpa a su marido, quien está obstaculizando el aprendizaje y la educación de su hijo y comportándose como un perfecto cretino con voz de céfiro tractorista.
Padres y tractores. Tractores y padres. Padres y tractores. Hijos que serán, si ellas no lo remedian, si ellas no ponen tierra y tijera de por medio, padres y tractores nuevamente, por los siglos de los siglos. Y Piaget, desde los márgenes de la página 145 del libro de filosofía de primero de bachillerato, le hace un corte de mangas a Judith Butler, de la que, es evidente, no hay aún ni rastro en los manuales de filosofía en los que me diluyo, cuando empiezo a oler a azufre, y a lo que huelen los hombres todopoderosos que todo lo destrozan con sus tractores. Porque sé que si ellas siguen conviviendo con ellos, poniendo sus vidas a su servicio y dándoles hijos, ellos no les devolverán otra cosa que enemigos. Viejos tractores perfeccionados con la forma que tienen los hijos que, tarde o temprano, serán hombres dañinos como sombras para quienes la educación es un secreto inútil que no puede nunca ser revelado.