viernes, 1 de agosto de 2014

TRATA DE ESTÉTICAS: proxenetismo cultural




Hace ya unos cuantos días que el Ayuntamiento de esta ciudad anda algo inquieto. Que un Ayuntamiento esté inquieto siempre es una buena noticia, porque la inquietud implica, al menos en el sentido más etimológico de la palabra, dinamismo, movimiento, acción, y créanme que la acción es, precisamente, una de las cosas que, esta ciudad –que comparte con Soria el dudoso honor de ser, según los usuarios de una web de viajes, la más triste de España- le pide a gritos a sus gobernantes. Nótese que digo gobernantes, y no gestores. Y es que hay últimamente, una tendencia funesta en tertulias televisivas y radiofónicas y demás parafernalia mediática, a tomar la parte por el todo y pasar así a llamar ‘gestores’ –y no ‘gobernantes’- a quienes nos gobiernan. Como un perverso giro lingüístico que tiene un brutal impacto en la realidad, hecha de girones y retales de sintagmas y adjetivos. La pata léxica que han metido los opinólogos, nos va a costar, nos está costando ya, qué demonios, más cara que algunos sueldos vitalicios.
                Miren, no. No nos confundan. Es más: no traten, deliberadamente, de confundirnos. Decir que la labor de quienes han de gobernarnos se resume a gestionar, es minimizar el asunto hasta cotas insospechadas, restando así responsabilidades a quienes, a todas luces, y salvo contadas excepciones, viven como si no tuvieran ninguna. Esa simpleza es, de hecho, propia también de quienes nunca han gobernado nada, ni siquiera una pequeña comunidad, como pudiera ser, por ejemplo, una asociación, un club de submarinismo, o una unidad familiar, por pequeña que sea. Resumir las tareas de quien gobierna una casa a “llevar las cuentas” sólo es producto de la estupidez o del cinismo, y no sé, sinceramente, con cuál de las dos respuestas quedarme. El buen gobernante, lo sabían ya Platón y Aristóteles y hasta la banda de epicúreos fiesteros y helenísticos que vinieron después, ha de atender, fundamentalmente, a procurar el bienestar de la polis, de la sociedad, del pueblo que lo ha elegido y con el que ha contraído el compromiso, no de llevar sus cuentas –no se puede ser más zafio, por favor- sino de mejorar sus vidas, de hacer de la vida en comunidad y de cada una de las vidas que la conforman, vidas decididamente, sustancialmente mejores. El gobernante es un centinela de la ética, del bienestar social, de la cultura, del saber, del conocimiento, de la investigación, del arte, la estética, la literatura y los afectos. El gobernante toma decisiones en función de ése bienestar. El gestor, en función de la economía de la casa. Aunque eso mate a quienes viven en ella. Aunque les perjudique. A quién le importa. Al gestor no le importa. Pero al gobernante sí.
                El gobernante sabe cuántos celíacos hay en su unidad familiar, sabe quién necesita unos zapatos, quién quiere estudiar qué cosa y por qué, quien está enamorado y de quién, quién deprimido y por qué, y quien siente que pertenece a un lugar en el que no se siente bien. El gestor sabe lo que vale el pan sin gluten, pero no entiende por qué demonios habría que invertir dinero en eso. El gestor conoce  el precio del calzado, y del estudio, pero tiene más que claro que son más baratos el prozac, el retilin y las alarmas. Y todo se mide en términos cualitativamente obcenos para concluir, porque al fin y al cabo es más que obvio, que el vandral –el gestor lo sabe, que ha echado cuentas- es mucho más rentable que el amor. Y qué demonios, también más útil a la hora de propagar mansedumbre y obediencia.  
                Esto no iría más allá si, como digo, las palabras no las cargara la realidad; pero por desgracia, lo que empezó siendo un requiebro tonto y absurdo de algún opinólogo miope  y engolado con cierto regusto a naftalina, que un buen día decidió llamar gestor a un gobernante mientras se acariciaba, complaciente, la barriga, ha acabado siendo una epidemia de confusión, a la que los gobernantes de nuestra ciudad -¿o debería decir gestores?- tampoco han sido inmunes.

                Así, dando la espalda a todos los colectivos culturales de la ciudad, a todos los profesionales de la literatura, el arte, la ilustración, la fotografía y la expresión plástica, que los hay, créanme, y algunos con bastante proyección, deciden sacarse de la manga, al más puro estilo megalómano y extraterritorial, un festival Internacional de Cómic y Novela Gráfica, El Ñam, con una inversión de 50.000 €. Me pregunto cuántas novelas gráficas habrán leído nuestro alcalde, y nuestra concejala de cultura. Me pregunto, dado el caso, si alguno de los dos sabe qué es una novela gráfica. Más aún. Me pregunto si a alguno de los dos les interesa algo de todo este asunto. Algo, por pequeño que sea. Más allá del turismo de quita y pon, más allá de los “está de moda”, los “será un éxito”, los “traerá dinero a la ciudad” que con tanto ahínco repite nuestro Ilustrísimo al respeto. Porque al final eso es lo que han hecho con la cultura nuestros gobernantes (y no sólo a nivel local): desactivarla, vaciarla de significado, despojarla de sentido, frivolizar con ella en el peor sentido de la palabra, rentabilizarla, estrujarla, usarla, confundirla con turismo y petardeo, más aún, justificarla en nombre de turismo y petardeo y vapulearla con ivas sangrantes y con delirios de grandeza tan hidalgos, que sólo saben pensar en turisteos que pasen por caja y bullicios de tercera que reseñe la prensa local, ahora que se acercan las elecciones. Las instituciones pintan los labios a la cultura, le suben en tacones de moda y la echan a la calle a “hacer la calle” para ellas, gestoras de este ya más que sangrante proxenetismo cultural. De esta vergonzante trata de estéticas.

                Me pregunto si alguien en este Ayuntamiento se ha preocupado por conocer los pulsos de la ciudad en materia cultural. Si alguien sabe si la cultura palentina es celiaca, o si necesita unos zapatos o si le convendría ir dejando ya el vandral poquito a poco. Si alguien en el Ayuntamiento ha tenido en cuenta el tejido social, o esto es, por el contrario, un “para otros sin nosotros”.

                A veces tengo la sensación de que nuestro Ayuntamiento confunde la cultura con las portadas de los periódicos y las emisoras locales. Como si aquello que dijo McLuhan, lo de que “el medio es el mensaje” y que yo ya pensé que estaba superado, se repitiera en mi ciudad, una y otra vez, como un mantra necrosado y necrosante, que no paran de repetir nuestros, por desgracia, “echadores de cuentas”.  




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