Hace ya unos cuantos días que el Ayuntamiento de
esta ciudad anda algo inquieto. Que un Ayuntamiento esté inquieto siempre es
una buena noticia, porque la inquietud implica, al menos en el sentido más
etimológico de la palabra, dinamismo, movimiento, acción, y créanme que la
acción es, precisamente, una de las cosas que, esta ciudad –que comparte con
Soria el dudoso honor de ser, según los usuarios de una web de viajes, la más
triste de España- le pide a gritos a sus gobernantes. Nótese que digo
gobernantes, y no gestores. Y es que hay últimamente, una tendencia funesta en
tertulias televisivas y radiofónicas y demás parafernalia mediática, a tomar la
parte por el todo y pasar así a llamar ‘gestores’ –y no ‘gobernantes’- a
quienes nos gobiernan. Como un perverso giro lingüístico que tiene un brutal
impacto en la realidad, hecha de girones y retales de sintagmas y adjetivos. La
pata léxica que han metido los opinólogos, nos va a costar, nos está costando
ya, qué demonios, más cara que algunos sueldos vitalicios.
Miren,
no. No nos confundan. Es más: no traten, deliberadamente, de confundirnos.
Decir que la labor de quienes han de gobernarnos se resume a gestionar, es
minimizar el asunto hasta cotas insospechadas, restando así responsabilidades a
quienes, a todas luces, y salvo contadas excepciones, viven como si no tuvieran
ninguna. Esa simpleza es, de hecho, propia también de quienes nunca han
gobernado nada, ni siquiera una pequeña comunidad, como pudiera ser, por
ejemplo, una asociación, un club de submarinismo, o una unidad familiar, por
pequeña que sea. Resumir las tareas de quien gobierna una casa a “llevar las
cuentas” sólo es producto de la estupidez o del cinismo, y no sé, sinceramente,
con cuál de las dos respuestas quedarme. El buen gobernante, lo sabían ya
Platón y Aristóteles y hasta la banda de epicúreos fiesteros y helenísticos que
vinieron después, ha de atender, fundamentalmente, a procurar el bienestar de
la polis, de la sociedad, del pueblo que lo ha elegido y con el que ha
contraído el compromiso, no de llevar sus cuentas –no se puede ser más zafio,
por favor- sino de mejorar sus vidas, de hacer de la vida en comunidad y de
cada una de las vidas que la conforman, vidas decididamente, sustancialmente mejores.
El gobernante es un centinela de la ética, del bienestar social, de la cultura,
del saber, del conocimiento, de la investigación, del arte, la estética, la
literatura y los afectos. El gobernante toma decisiones en función de ése
bienestar. El gestor, en función de la economía de la casa. Aunque eso mate a
quienes viven en ella. Aunque les perjudique. A quién le importa. Al gestor no
le importa. Pero al gobernante sí.
El
gobernante sabe cuántos celíacos hay en su unidad familiar, sabe quién necesita
unos zapatos, quién quiere estudiar qué cosa y por qué, quien está enamorado y
de quién, quién deprimido y por qué, y quien siente que pertenece a un lugar en
el que no se siente bien. El gestor sabe lo que vale el pan sin gluten, pero no
entiende por qué demonios habría que invertir dinero en eso. El gestor
conoce el precio del calzado, y del
estudio, pero tiene más que claro que son más baratos el prozac, el retilin y
las alarmas. Y todo se mide en términos cualitativamente obcenos para concluir,
porque al fin y al cabo es más que obvio, que el vandral –el gestor lo sabe,
que ha echado cuentas- es mucho más rentable que el amor. Y qué demonios,
también más útil a la hora de propagar mansedumbre y obediencia.
Esto
no iría más allá si, como digo, las palabras no las cargara la realidad; pero
por desgracia, lo que empezó siendo un requiebro tonto y absurdo de algún
opinólogo miope y engolado con cierto
regusto a naftalina, que un buen día decidió llamar gestor a un gobernante
mientras se acariciaba, complaciente, la barriga, ha acabado siendo una epidemia
de confusión, a la que los gobernantes de nuestra ciudad -¿o debería decir
gestores?- tampoco han sido inmunes.
Así,
dando la espalda a todos los colectivos culturales de la ciudad, a todos los
profesionales de la literatura, el arte, la ilustración, la fotografía y la
expresión plástica, que los hay, créanme, y algunos con bastante proyección,
deciden sacarse de la manga, al más puro estilo megalómano y extraterritorial,
un festival Internacional de Cómic y Novela Gráfica, El Ñam, con una inversión
de 50.000 €. Me pregunto cuántas novelas gráficas habrán leído nuestro alcalde,
y nuestra concejala de cultura. Me pregunto, dado el caso, si alguno de los dos
sabe qué es una novela gráfica. Más aún. Me pregunto si a alguno de los dos les
interesa algo de todo este asunto. Algo, por pequeño que sea. Más allá del
turismo de quita y pon, más allá de los “está de moda”, los “será un éxito”,
los “traerá dinero a la ciudad” que con tanto ahínco repite nuestro Ilustrísimo
al respeto. Porque al final eso es lo que han hecho con la cultura nuestros
gobernantes (y no sólo a nivel local): desactivarla, vaciarla de significado,
despojarla de sentido, frivolizar con ella en el peor sentido de la palabra,
rentabilizarla, estrujarla, usarla, confundirla con turismo y petardeo, más
aún, justificarla en nombre de turismo y petardeo y vapulearla con ivas
sangrantes y con delirios de grandeza tan hidalgos, que sólo saben pensar en
turisteos que pasen por caja y bullicios de tercera que reseñe la prensa local,
ahora que se acercan las elecciones. Las instituciones pintan los labios a la
cultura, le suben en tacones de moda y la echan a la calle a “hacer la calle”
para ellas, gestoras de este ya más que sangrante proxenetismo cultural. De
esta vergonzante trata de estéticas.
Me
pregunto si alguien en este Ayuntamiento se ha preocupado por conocer los
pulsos de la ciudad en materia cultural. Si alguien sabe si la cultura
palentina es celiaca, o si necesita unos zapatos o si le convendría ir dejando
ya el vandral poquito a poco. Si alguien en el Ayuntamiento ha tenido en cuenta
el tejido social, o esto es, por el contrario, un “para otros sin nosotros”.
A
veces tengo la sensación de que nuestro Ayuntamiento confunde la cultura con
las portadas de los periódicos y las emisoras locales. Como si aquello que dijo
McLuhan, lo de que “el medio es el mensaje” y que yo ya pensé que estaba
superado, se repitiera en mi ciudad, una y otra vez, como un mantra necrosado y
necrosante, que no paran de repetir nuestros, por desgracia, “echadores de
cuentas”.
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